martes, diciembre 27, 2005

Cuento




Son tres las razones que me llevan a sentarme sobre esta piedra cada día a la misma hora.
“¿Pasó el Rey por aquí?” me preguntan. “Pues si, mire a su alrededor, ¿no lo ve?” les respondo. El caballero sobre su blanco corcel tira aún más de las riendas, su caballo quiere seguir el galope, pero el caballero quiere comprender mi respuesta. El caballero, cual halcón, gira su cabeza todo lo posible. Es un hombre de la guerra, y yo soy un simple campesino. Sus ojos están hechos de miedo, y de cálculos que desconozco. Acaso, quizá, yo podría divisar una futura tormenta, él podría ver en cambio al futuro enemigo y contar los caballos que lleva consigo, las espadas que brillan al sol, la humareda de la muerte que viene. Es evidente que el horror ha pasado por aquí. Está claro que el rey y sus secuaces han elegido esta comarca como paso. No sabe el caballero al mirarme si pagar conmigo su pobre observación. Su regimiento me mira también. Una voz se oye; “¿Qué hacemos mi Capitán?”

_ Dime, campesino, ¿qué haces ahí sentado?
_ Hay tres razones por las que me siento sobre esta piedra cada día a la misma hora.
_ Tu pueblo ya no existe, parece que eres el único superviviente de las pasiones del rey. Dime esas tres razones antes de que termine yo personalmente el descuido real. ¡Habla!

El regimiento está nervioso. Seguramente a ninguna de sus víctimas se les ha dado la oportunidad de hablar, de, quizá, salvar la vida con las palabras adecuadas.

_ Sobre esta piedra- respondí- estaba mi casa, la de mi familia. Ya no hay casa.
_ Ya vemos.
_ La segunda razón es que esa piedra la puso ahí el padre del padre del padre de mi padre.
_ Oye, campesino, más te vale darme una buena razón para que no saque mi espada. ¿Cuál es la tercera razón?
_ La tercera y más importante razón es que soy el único superviviente de mi pueblo y sólo quedo yo para seguir adelante y levantar el pueblo de nuevo, lo que haré una vez hayáis seguido vuestro camino.
_ Si no me equivoco- dijo el Capitán sobre su corcel blanco- levantarás ese pueblo de nuevo sobre esa misma piedra.
_ Así es.

El Capitán del regimiento miró de nuevo a su alrededor. Volvió la mirada hacia mi, y de nuevo al pueblo destruido. Alzó un brazo que justamente tapó el sol que me daba en la cara y dijo:

_ ¡ En marcha!

Uno a uno el regimiento pasó delante de mí. Algunos soldados miraban, otros no. Les ví marchar hacia el horizonte tras una nube de polvo. Aún pude escuchar cómo le preguntaban al Capitán.

_ ¿Por qué le dejaste vivir?
_ Nunca en mis 20 años de batalla conocí a alguien tan aburrido. Cabo, ¿cómo era esa palabreja?
_ Mi Capitán, “Profano”, mi Capitán.
_ Eso es- dijo el Capitán- somos soldados, y ese campesino- dijo mientras aún me veía- un profano de la muerte.

The end.
Por cortesía de: Gideon Richardson.

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