miércoles, diciembre 27, 2006

Latas pintadas ríen en la noche mientras miran al cielo de Marrakech

Latas pintadas ríen en la noche mientras miran al cielo de Marrakech. Miran al cielo y sonríen al universo estrellado, oscuro y brillante. Yo las miro a su vez, las quiero coger porque me gustan las latas, y si están pintadas me gustan más.
Hay latas que tienen dibujos de historias contadas despacio, con los colores de las intenciones grabadas a fuego y a sangre de los que vivieron en esta tierra hace miles de años luz, cuando esta tierra también fue su tierra, pero tuvieron que marchar más allá de la línea del horizonte que se ve en el mar. Todo esto lo cuentan en sus dibujos, y nos gusta, porque así sabemos de ellos, y los entendemos mejor.
Hace miles de años luz tú no existías, ni yo, pero sí un niño morisco que se hizo amigo de otro niño que no lo era, y tuvieron que separarse para no volverse a ver nunca y sí añorarse siempre, durante toda la vida, como a la tierra del sol y la luna, como al cielo que hay encima de nosotros.
Latas pintadas nos cuentan historias antiguas. Nos cuentan lo que pasó. Latas iguales que las tuyas que ríen en la noche. Las tuyas no están tristes, las conocemos y nos guiñan un ojo en la noche cuando las refleja la media luna, y a veces nos ponen nerviosos si nos miran fijamente sin parpadear. Sus dibujos nos hablan de hoy, o como mucho de antesdeayer.
Pero latas antiguas no ríen, sino que tartamudean al tiempo mientras abrazan a una media luna que se mira en el espejo del mar. Intentan susurrarnos sus razones, quieren contarnos, que nosotros sepamos que este cielo también fue de ellos alguna vez, quieren reír como las tuyas que ríen en la noche mientras miran al cielo de Marrakech.

Virginia Fernández “Latas pintadas ríen en la noche mientras miran al cielo de Marrakech”

viernes, diciembre 22, 2006

Charcos

Saben los charcos de este lado de por qué las manos lloran. Saben de las noches heladas de limón, y de los ventanales que miran hacia cosas a la luz de una farola de noche con invierno puesto. Saben un poco de ti, porque cuando pasas a su lado los miras de reojo y ellos te miran a ti. Observan cuando pasas y miran a los ojos escrutando el rostro que aparece de contrabando.
Saben de todo eso que os cuento, y también saben un poco de todo junto. Son capaces de explicarnos el mundo por sabores y colores. Saben de niños que van a las puertas de los colegios y que saltan encima de ellos para jugar al primero que llegue gana, y ellos siempre ganan.
Saben de secretos guardados en la noche, de sueños imposibles, de ilusiones y desilusiones. Saben de odio y guerra, de paz y más, de ahogar la angustia de aquellos que la sufren, y de los que en la noche quieren vencer al miedo. Saben de la tristeza cuando no estás, pero callan.
Callan porque son sabios, el silencio nos absorbe a ellos y a mi, y vemos las estrellas con los ojos cerrados, aunque no haya luna afuera. Las estrellas se nos aparecen tiritando de frío en nuestra imaginación, porque ésta es libre, como tú.
Los charcos son testigos mudos de las alegrías y tristezas del mundo, son observadores callados y sabios, que se evaporan con el sol y la alegría de unas castañuelas que suenan a las dos y veintidós de la tarde, y también enseñan a mirar, y a escuchar al silencio. Ellos saben de por qué las manos buscan y no encuentran, y también del frío en invierno en la sierra con lago y manos que lloran a veces, pero sólo a veces.

Virginia Fernández “Charcos”

martes, diciembre 19, 2006

Hagamos un trato

Si tú me cuidas, yo me curo, si no me cuidas, yo me alejo, y así siempre. Hagamos un trato entre dos, un trato entre tú y yo solamente. Un trato de esos en los que no existen papeles, ni firmas. De esos en los que las cláusulas nos las decimos al oído una tarde de invierno mientras vemos película en el techo. Un trato en los que existe música de violines todo el rato, a veces también lluvia, y momento del día en el que la sonrisa no nos abandona.
Me gusta tu apellido, porque me gusta la lluvia, porque tú te llamas Rain, que significa lluvia. La noche en la que te conocí llovió, cuando te vi aparecer por la puerta lo supe, me dije a mi mismo, si esta noche llueve, significará algo.
Estaba nublada la tarde y triste, de repente te vi en la puerta, me dijiste tu nombre, y ya no escuché nada más, sólo violines sonando adentro de mi, al ritmo de los latidos de mi corazón. Sé que era en mi imaginación porque intenté bailar contigo y tú me sonreíste a la vez que movías la cabeza de un lado a otro. La sonrisa es importante, y la tuya es preciosa. Por la noche llovió efectivamente, entonces lo supe, no había duda.
Tu sonrisa me acompañó a la hora de bajar al parking, de coger el coche, de conducir hasta mi casa. Llegué y ahí estabas de nuevo golpeando en mi ventana de cuadros. Lo hacías en forma de gotas de agua, querías entrar, y yo quería bailar contigo. Salí a la azotea y empecé a bailar mientras el agua mojaba mi pelo, mi cara, mi ropa, me mojaba a mí. Y sí, agarré un resfriado, entonces te lo dije, hagamos un trato, si tú me cuidas, yo me curo, si no me cuidas, yo me muero.

Virginia Fernández “Hagamos un trato”

miércoles, diciembre 13, 2006

¿Juegas?



Foto: Manuel Gallardo

viernes, diciembre 08, 2006

Ya se cuál es el secreto de las ciudades.

Ya se cuál es el secreto de las ciudades. Su secreto es saber mirar al tejado de los edificios. Lo descubrí ayer mientras paseaba por sus calles grises. Los tejados de los edificios de las ciudades son altos y no se puede ver si son rojos, como los de aquí. No se puede pasear por ellos porque da vértigo, no se dejan mirar a los ojos, están serios, son sombríos, parecen hombres de pelo gris y mirada altiva que no quieran hablar contigo. A mi me gusta que me hablen los edificios, que me cuenten historias raras y antiguas, pero los edificios no me hablan, se quedan callados mientras paseo, miran hacia otro lado a mi paso, y me siento triste. Yo no quiero que sean grises, pero lo son. Son grises y antipáticos, deben de aburrirse pienso, mientras compro golosinas en la esquina del Retiro, esperando a que bajes de casa para ir a jugar.
A mi me gustan los tejados de color rojo, en los que se pueda pasear sin ser visto de la mano de la luna, darle un beso de contrabando con reflejo y sabor a mar. A mi me gustan esos tejados en los que si miras hacia ellos pasa un gato y te guiña un ojo, mientras aprende idiomas, o a bailar flamenco, te invita a subir y a pasear cogida de su mano con pulseras.
A veces en las ciudades encuentras sitios así, pero es raro e irreal, como mirar a los espejos sin ser visto desde la cafetería de la esquina.
Las ciudades me despistan, si tú no estás más. Cuando me separo de ti en el metro me siento perdida como niña que soy, y no se adónde dirigir mis pasos. De lejos veo tu silueta alejarse y quiero llorar. Pienso que los edificios son aburridos y altos, aunque ya sepa su secreto.

Virginia Fernández “Ya se cuál es el secreto de las ciudades.”

martes, diciembre 05, 2006