miércoles, abril 23, 2008

Mensajes subliminales

Pues el inocente mensaje, llevará a otro mensaje, y éste a un té en el café de la esquina desde donde se ven los coches al pasar, y el parque con el árbol de tronco enorme en el centro de la misma, y los ancianos sentados a descansar cuando hace sol, o leyendo el periódico, y los jóvenes riendo de cualquier cosa y gastando bromas. Y claro estará lloviendo, y apetecerá hablar y hablar largo rato en ese café tan acogedor, desde cuyos ventanales altos y cuadrados se ve el mundo en perfecta armonía circunstancial, como si de una película en blanco y negro se tratara. Habrá una conversación intelectual y correcta, de cualquier libro o escritor desconocido y exótico, todo será correctísimo sin tocarse ni siquiera por error o descuido del azar de las manos al hablar, o por accidente al darse dos besos en el encuentro y haber podido rozar unos labios sin querer. El té de la tarde llevará a tomar algo en otro lugar porque sigue lloviendo y no es cosa de irse a casa. Una copa llevará a otra, y la otra a por qué no me acompañas a casa que estoy un poco cansada, y también a podrías subir a tomar otro cafecito y que la noche despeje las dudas. Después de la inocente subida sin otro ánimo de charlar mientras el sonido de la lluvia se escucha a través de la ventana (error, sí había otro ánimo), seguirá un te podrías quedar a dormir, sigue lloviendo y estás empapado. Y tú dirás no me lo digas dos veces, y esto otro llevará a otro quédate a dormir. Irremediablemente se podrá advertir un gesto afirmativo en tus ojos que ya miran con ojos brillantes a otras pupilas de un color de otoño y mar que sería mejor no recordar en este preciso momento.



Texto: Virginia Fernández “Mensajes subliminales”

jueves, abril 17, 2008

Julio Cortázar (París)

Divagaciones a altas horas

Pues esto va de la sociedad y las estridencias para-mentes y parapentes de reflexión. Intento restablecer el orden del pensamiento. Y con el orden lógico de la cosa me dirijo hacia un camino largo e irreflexivo, diría lúgubre, asimétrico, pesimista, difícil tarea. Sí, no me mires así, he dicho Pesimista, con P mayúscula, p de precoz, de paleontólogo, de paleolítico. Es tan natural caer en reflexiones típicas sobre lo que quiere la sociedad, el significado de la palabra sociedad, el motivo de la felicidad general, la soledad del individuo, la sociedad civilizada, racional, conductas preestablecidas, conductas inmorales, realidad-pensamiento, o yo que sé. La sociedad como un todo, los grandes temas que están ahí para ser debatidos por las personas importantes, los gerentes, los políticos, los dueños de grandes promotoras inmobiliarias con bigotes y traje de Christian Dior, o chaqueta de terciopelo azul marino, y bmw, o Mercedes-Benz aparcados en la puerta, y al fin y al cabo y lamentablemente los que tienen la voz y voto al final. Es tan absurdo no estudiar el comportamiento y pensamiento de otros personajes más interesantes que también están en la sociedad, pero no son tan bien mirados, digamos bohemios, malabares, independientes y libres, diría solitarios y altamente reflexivos en su soledad, que se mueven fuera de lo preestablecido por nuestra sociedad recta, de normas rectilíneas. Me aburre la sociedad a grandes rasgos, sobre todo esa sociedad establecida de antemano, digna de educación moral y cívica. Me aburren los sesgos de estudio de comportamiento humano en líneas de formalidad. Por lo tanto debo definirme y me defino como persona antisocial y a-social, persona arlequín o también persona lunar.

Texto: Virginia Fernández

lunes, abril 14, 2008

Jazzeando la noche


Jazz y lluvia se dan cita en la noche-ciudad. A solas con el tiempo lento de tus horas de ti, me ensimismo en el espacio de todos los días, espacio nocturno, imperceptible, sintomático, asimétrico, gris-local. Leo el perseguidor-Parker, o cualquier otra cosa que tenga a mano para entretenerme mientras espero, escucho jazz y sólo quiero que la música salve al menos el resto de la noche. Es tan natural entrar así en tu mundo-mágico, en tu tiempo de ti, en tu universo-particular, y rectangular. Y diría infinito, lejano, acogedor, diría intelectualidad disfrazada con traje a rayas de cárcel sin barrotes, y no me equivocaría ni un milímetro. Te confieso que tengo unas ganas locas de meterme en la cama y desaparecer, entrar en ese espacio secreto e íntimo del edredón, oscuro, de bordes fríos, perderme de esa realidad que nos acompaña durante el día, de nuestras situaciones normales, de comprar el pan, de hablar con nuestros compañeros de trabajo, de andar por la calle sin ver las caras que se cruzan con nosotros. De estados de ciencia y realidad absoluta, y no exentos de un desatino casi perfecto, obstrucciones de la sociedad que juzga movimientos e incluso pensamientos, que no deja percibir el sentido de las cosas.
Pero hay momentos que son distintos a ese tiempo, ah! ese momento, es el no-tiempo al que estamos acostumbrados, y eso sí que es una verdadera maravilla, entrar en el puente de madera con el agua bajo nuestros pies, y poder sentir que estamos en la Terrassa de Café, la nuit en todo su esplendor. Ver por ejemplo la noche radiante y vestida de azul oscuro.

Texto:Virginia Fernández.
Foto: Manuel Gallardo.

jueves, abril 03, 2008

Reafirmaciones

Uno se cansa a veces de ser irremediablemente uno mismo, de escuchar siempre las mismas voces a la misma hora, de ver como cae la tarde despacio, o de contarle a un gato callejero desvaríos de la mente a altas horas de la madrugada, cuando dando un paseo nos damos de bruces con un cubo de basura. Al final el gato no dice nada, ni una sonrisa, nada, y yo me quedo igual, y me reafirmo. A mi me gustan los gatos, su ronroneo, y no me canso de ellos. Pero sí del calor, o del invierno, de creer en un sueño incandescente e inusual, de querer dar una explicación al mundo, de querer tener siempre una explicación de todo a mano, para las urgencias de la razón, para las urgencias de la soledad-silencio. En esos desvaríos me encontraba cuando paseando por la Calle Desvarío me encontré contigo, inusual y con aires de místico, fumando un cigarrillo, con gafas de mirar y despiste incorporado, haciendo círculos concéntricos con las motas de polvo que se veían a contraluz, o durmiendo en una espiral larguísima, enlatada y callejera.
Yo, después de todo me afirmo y reafirmo en mi creencia y creo que pasar los brazos alrededor de ti podría ser una buena explicación del mundo. Vernos al desnudo es complicado, pero seguro que al final debe de ser irremediablemente útil y necesario.


Texto: Virginia Fernández