viernes, diciembre 30, 2005

Monólogo sobre el amor verdadero.

“El amor verdadero es lo mejor del mundo, después de los caramelos para la tos” dice el anciano mientras Fezzik e Íñigo intentan convencerlo para que prepare la pócima de la vida para revivir al apuesto pirata que debe vivir por amor ¿ Bonita historia verdad?, no os sigo contando, os recomiendo el libro y después la película. En ese orden.
Nunca lo había pensado hasta que lo leí en la Princesa Prometida de William Goldman, el que el amor iba después que los caramelos para la tos, en fin, que sí que diréis que llevo ventaja porque la frasecita la saqué del libro sí, pero realmente la idea me la dio mi amigo Liam, que es un genio de la fotografía y de las letras por supuesto, aunque él todavía no lo sabe, claro que lo obligué a inscribirse en un foro literario, del cuál se borró sin previo aviso, porque decía que no compartía ideas, ah y que por cierto es un pesado, claro que esto último no viene a cuento, pero él sabe por qué lo digo. Bueno no quiero aburriros . Hoy os quiero hablar de eso a lo que llaman “amor verdadero”,. En los tiempos que corren ¿existe? , o es una falacia como tantas de las que nos vemos rodeados en este mundo, el cuál está velado por el velo de la hipocresía. Quiero pensar que existe porque si no el mundo no sería mundo, existe a la par que el odio, la avaricia, la envidia y tantas otras cosas que hacen que todos nosotros existamos, en fin que la reflexión me lleva por estos derroteros que veis, sin el amor el mundo se inclinaría hacia un costado y una buena parte de la humanidad, la mitad exactamente caería al vacío a vagar por el universo, y quizás se encontrarían con Dios pastoreando nubes y cantando canciones de amor. Veis todo lleva a lo mismo. Los libros hablan de amor, las canciones hablan de amor, en todas partes hay historias que son más de lo mismo. En fin queridos lectores, el intento de hacer un ensayo sobre el amor está llegando a su fin, ¿De quién fue la idea de poner esta frase? porque no me inspiro, porque esta mañana tengo la mente en blanco, porque seguramente tendrá que ver la cita que tuve anoche contigo. (Perdonen que no me levante, no estoy para pensar.)

Fin.

Virginia Fernández.

Caramelos bajo la lluvia

El amor verdadero es lo mejor del mundo, después de los caramelos para la tos, por supuesto, pues a ver cómo iba yo a darte un beso en este estado. Tumbado, en la cama, a finales de año, parece que me quedo sin fiestas, sin besos, sin uvas ni campanarios. Pero lo tengo comprobado, casi todo tiene una solución, siempre hay una salida de emergencia. En este caso, los caramelos para la tos, que sé que no te mola nada que te tosa en la cara mientras piensas que soy el hombre de tu vida y juntamos las bocas.
Es sencillo, la verdad, de la buena. El amor es pura matemática, si das, te dan; si das menos de lo que te dan, malamente; si das más de lo que te dan, igualmente de mal. Pero ahí entran los caramelos, que no siempre son para la tos. Por eso, el caramelo que le daba a mi anterior amante era amor salvaje antes dormir, porque mi tos era pasar todo el día fuera, trabajando, mientras ella se quedaba en casa, joven y aburrida. Con eso, el dar más por parte de ella era compensado con los caramelos que eran, valga la expresión, de sudor y placer. Antes de eso, otra mujer que tuve, no le caía yo muy bien. Es decir, era más inteligente que yo, y su educación distaba mucho de la mía. En casa yo era un desastre, según ella, pues no hacía la cama, no me afeitaba, no limpiaba los platos, así que lo tuve que compensar con otro caramelo, que fue un viaje a unas islas idílicas, en las cuales debí dejarla buscando conchas en la playa, la verdad. El tercer caso fue más simple, simplemente no éramos lo que cada uno buscaba; ella realmente estaba enamorada de mi amigo, y como él pasaba de ella pues se conformó con lo que más se parecía. Yo, por supuesto, hipnotizado por el espacio delantero en metros cúbicos de su camiseta me dejé llevar, pensado que quizá, aparte, algún caramelo equilibraría el desequilibrio que supone no ser querido. Huelga decir que aún no fabrican esa dulzura artificial.
En fin, entre caramelos dulces y otros bastante amargos llegué a ti. He debido de estar gritando tu nombre bajo la lluvia como tres horas. Me he dicho, mientras abrías tu puerta y te miraba empapado hasta los pies, que tú eres la buena, la verdadera, la que no me exigirá nunca más caramelo que el que necesita, y que estarás más atenta a la batería de tu móvil.

Fin.
Por cortesía de : Gideon Richardson.

El diario

Querido diario…

El amor verdadero es lo mejor del mundo después de los caramelos para la tos. ¿Pero quién ha dicho semejante majadería?. Vale, sí, es una frase divertida, pero en este planeta hay cosas más importantes que el amor y los caramelos. ¿Queréis un ejemplo?. Pues yo mismo, sin ir más lejos. Ahora no salgáis con la tontería de que eso es amor propio y esas cosas porque eso es otra cosa. Yo hablo del instinto de conservación. Aaaaah, eso… Pues sí, eso. O te conservas o ni amor ni caramelos ni vida.
Y en eso estoy. Otros en mi situación estarían desesperados pidiendo ayuda a gritos y llorando. Yo sé que me voy a salvar. Seguro. Porque tengo instinto. Y sé que lo que tenga que hacer lo haré, sin remordimientos, eso es para los débiles, para los que no llegarán al día de la salvación.
Cuando llegué he de reconocer que el impacto fue duro. Siempre he tenido estas ideas pero en el mundo en el que me movía no eran tan necesarias. Pero aquí no. En esta minisociedad es más difícil vivir y yo sé lo que hacer. Los demás no me importan nada. No los odio, sólo son medios para mi fin, la salvación. Bueno, mañana escribiré un poco más. Esto me distrae un poco. Ahora voy a comer…

“…los supervivientes del accidente aéreo desaparecidos hace dos meses han relatado cómo uno de los pasajeros enloqueció atacándoles en busca de comida intentando matar a un niño. Afortunadamente consiguieron reducirle. Está siendo investigada la muerte en la isla de otro pasajero con unos extraños cortes y mutilaciones. No se descarta el canibalismo…”.

Fin.
Por cortesía de : Calzadaespinosa.

jueves, diciembre 29, 2005

El sillón Rojo

- No te sientes en el sillón rojo, ese es el mío!!!
Siempre te lo digo y nunca me haces caso, eres un caso . Parece que habláramos idiomas distintos. Es más no lo creo, lo afirmo por momentos. Llegas con tu carita de melocotón y hala ya estás ahí otra vez, con tus ojos seductores, y tu pelo gris, luego vienes me das un achuchón y un beso y con eso te crees que todo se arregla, pero eso no, eso de ponerte en mi sillón eso sí que no te lo perdono, porque todos los días te lo digo, todos los días vuelves a la carga, me dices Princesa y me dibujas corazones en la espalda, y no me llamo ni Princesa, ni Churri, ni nada de eso!. Siempre haces lo mismo me coges en brazos y me acuestas en la cama, como si a mi me gustara irme a dormir tan pronto, que horror! , claro que como me hago la dormida para que no me levantes del sillón rojo, pero ni con esas. Y me da una rabia que ni te imaginas. En fin, Qué le voy a hacer, con enfadarme contigo no arreglo nada. Entonces decido irme con mi colega Garfield, el vecino, a hacer travesuras por ahí, es el único que me entiende, y tiene unos dueños más permisivos que tú Kirian, pero claro luego cuando vuelvo estás que te va a dar algo, preocupado llamando a todas las Protectoras de animales que hay en la ciudad, como la última vez que me escapé, que no fue huida, como tu pensabas, sino una mera vuelta por el barrio con los colegas, de vez en cuando a mí también me apetece correr una juerga, no vas a ser tu siempre, menudo egoísta, que vena paternal tienes, y me siento cuál Segismundo, pero en gata, aquí encerrada bajo estas cuatro paredes y recitando :

¡Ay, mísero de mi! Ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
Ya que me tratáis así,
Que delito cometí
Contra vosotros naciendo;
........
Nace el ave, y con las galas
Que le dan belleza suma,
Apenas es flor de pluma
O ramillete con alas,
Cuando las etéreas salas
Corta con velocidad,
Negándose a la piedad
Del nido que dejó en calma:
¿Y teniendo yo más alma
tengo menos libertad?

En fin qué cabezones sois los humanos. Me voy a dormir un rato al sillón rojo.

Fin.

Virginia Fernández.

El anciano Rey



“No te sientes en el sillón rojo, ese es el mío” dijo el príncipe. Lo dijo en voz queda, casi de reojo, a su hermano, que aún buscando víctimas vivas en a su alrededor, blandía la espada ensangrentada, apunto de sentarse de cansado que llevaba su brazo. El hermano menor del príncipe quizá era el único que no temblaba cuando el príncipe a él se dedicaba en palabra; se les tenía como fieros combatientes, y lo eran y de ello era testigo el que está en lo Alto. Se les temía a ellos y a sus fieles soldados, pues masacraban ahí donde iban, ciegos y sordos al penar ajeno, destructivos en sus quehaceres y metas. Cualquier alma se apartaba de su camino, y pocos tenían la suerte de ser vistos por el príncipe y vivir para contarlo. Así, cuando el soldado escuchó al príncipe dedicarse en aviso a su hermano, temió este que el menor saliese airado del asunto y siguiera en su afán de sentar las posaderas donde antes lo façía el rey caído de aquella comarca vieja.
El sitio a la villa había comenzado como lo hacen los fuegos en los montes, en noches de viento; llegó antes que la llama destructiva. Para cuando los príncipes y soldados llegaron, la villa ya había sido avisada de antemano. Desde las torres se divisaba la polvareda de sus rocines y la destrucción de otros pueblos e villas llegaba en forma de triste noticia y ya antes de que llegaran, el pueblo ardía en miedo y terror. Para cuando la armada paró sus pasos delante del muro de protección de la villa sus habitantes habían huido, corrido todos hacia la costa y sólo los valientes y los locos quedaron para defenderla.
Fueron tres semanas de sitio. Los soldados lograban aquí y allá capturar en los montes a algunos prisioneros, a los cuales hacían sufrir en gran medida, a la vista de los sitiados. Algunos fueron decapitados delante de la muralla y sus cabezas lanzadas dentro del recinto por ondaneros ágiles con cuerdas de esparto.
El pequeño reyezuelo, que no había huido poco podía facer. Seguro desde lo alto del muro veía sus campos quemados y esquilmados. Las grandes huertas saqueadas., los arroyos envenenados, sin perder de vista las figuras altivas de los príncipes saqueadores, que se mostraban burlones ante el rey. Este les veía fuertes, jóvenes y seguramente imparables. No veía salida a la situación y mandó vaciar la villa de sus pobladores para que embarcaran seguros a otro sitio de la costa. Su última orden fue que todo el mundo se marchara y así lo hicieron, por una salida secreta y segura.
Viejo, solo y sin ninguna esperanza, el reyezuelo, a eso del amanecer, dejó silenciosamente la puerta de la villa entreabierta. Esperó a que el sol se levantara y recorriendo tranquilo su pequeño reino de veinte casas se dirigió hacia donde estaba el salón donde él y sus predecesores reinaron y ordenaron. Ahí, espada en mano, esperó a los invasores.
El príncipe, aunque soldado, sabio era, y supo de antes que el reyezuelo había dejado las puertas abiertas. Supo enseguida que estaba sólo pues ningún rey expondría a su pueblo al sufrimiento voluntariamente o sin lucha alguna. Supo frenar la sed de sus soldados y no dejó pasar de la puerta a ninguno. Recorrió la villa abandonada, buscando aquel edificio que fuera digno de un rey. Al llegar a la dependencia encontró al anciano, sentado en su humilde trono, espada en mano y se sorprendió de su tranquilidad. Sin entrar totalmente a la dependencia se miraron. El rey llevaba toda una vida de reino, y el príncipe asolaba toda vida para reinar. Aunque ambos eran enemigos, algo les unía, eso vio el príncipe en el rey y este en el príncipe.
_ Façed lo que Dios os pide.
_ A Dios sólo respondo con mis actos.
El rey, en principio, esquivó el primer ataque. El segundo le entró por un costado. Sólo cuando que el príncipe acabó de estocar, el sol de la mañana apareció por entre las ventanas del aposento y pudo ver cual anciano era el rey. Su trono, revestido de tela blanca, se tiñó de sangre. El príncipe no se sintió vencedor de nada. Fue la primera vez que mató sin sentir el honor de hacerlo. Todas sus victimas habían sido plebeyas, de edades jóvenes, potencialmente peligrosas; el reyezuelo tenía la edad de su abuelo y no vio ninguna gloria en matarlo. De todas formas, era soldado antes de nada y debía de conquistar. Cuando entró su hermano en la habitación, este, de jovialidad imparable quiso apartar el cuerpo del muerto y ocupar su lugar y lanzar al aire una frase divertida. Pero el príncipe estaba triste, a pesar de la victoria y no le dejó sentarse.

Fin.
Por cortesía de : Gideon Richardson.

La carta

Hola, hermano:

“No te sientes en el sillón rojo, ese es el mío”.
Esa es, esa es mi frase maldita. Todos los que nos dedicamos a escribir tenemos una frase que nos bloquea. En mi caso es esta. Todo lo que escribo me lleva a ella y en ese momento se va a la mierda la inspiración. Es como si un enorme abismo se abriera ante mi y me impidiera pensar. Cuando acabo de empezar a escribir algo es fastidioso, lo peor es cuando me ocurre al final de una historia y esta queda inconclusa.
Pensándolo bien es la historia de mi vida. Hay un momento del que no recuerdo nada, es una laguna que tengo que me llena de aprensión. ¿Qué hice en esos instante de amnesia?.
El doctor me dice que no pasa nada, es cuestión de tiempo y de tratamiento pero la inquietud me impide pensar con claridad. Aquí, en el hospital me tratan muy bien aunque es aburrido estar aquí metido estando físicamente bien, o eso me han dicho. Es mental, me cuentan otros pacientes. Por cierto, hay gente con muchos problemas aquí. A veces me da pena ver a gente hablando sola, inventando amigos imaginarios o poniéndose violentos. Es algo que me da miedo, la violencia. Sería incapaz de matar una mosca. En cuanto veo un palo o un cuchillo me pongo nervioso. Yo creo que eso no es malo, pero el doctor lo está estudiando. En ocasiones los médicos sacan las cosas de quicio. No ser violento es bueno, ¿no?.
Bueno, pues aquí me quedaré esperando el próximo bloqueo literario. Ya me lo tomo a broma.
Lo he dejado para el final, he hablado de cosas absurdas pues no me atrevía a decirte el motivo de esta carta. No quiero que suene a reproche, pero ven a verme, me siento solo aquí y me resulta extraño no saber nada de ti, mi única familia. No me extiendo, ya sabes que no es mi estilo, ya me habrás entendido.
Recibe un saludo.

“… parece ser que el motivo de la muerte de A. J. fue la riña por un sillón rojo, precisamente el sillón donde apareció apaleado y con 15 puñaladas su cadáver . Su hermano, S. J. no recuerda nada de los hechos. Su laguna le impidió explicar nada, pero el hecho de aparecer una semana después en una casa en ruinas a 10 km. De su casa, cubierto de sangre no dejó lugar a dudas…”

Fin.
Por cortesía de : Calzadaespinosa.

miércoles, diciembre 28, 2005

Se verá...


"Después de pasar un largo invierno,
se agradece ver el sol,
el nacimiento de una flor.
Insisto en tener
ni más ni menos
mil caprichos de color
y gente alrededor."

L.C.


Fotografía cedida por: calzadaespinosa.

martes, diciembre 27, 2005

Son tres las razones que me llevan a sentarme sobre esta piedra cada día a la misma hora.

Son tres las razones que me llevan a sentarme sobre esta piedra cada día a la misma hora.
Una eres tú y el verte pasar todas las mañanas con ese aire despistado que te caracteriza, esa mirada ausente como la que más. Todos los días me digo voy a pararlo y hablarle pero al final encuentro alguna buena excusa para no hacerlo y conformar a mi parte de conciencia más atrevida, esa en la que hablarle a un desconocido y declararle mi amor es lo más normal del mundo. Pero en fin, así soy yo, luego mi vecino, al que le cuento todo o casi todo, que a la vez es gay y a la vez uno de mis mejores amigos, me regaña por la noche cuando me pregunta si por fin me he atrevido a decirte por lo menos “ hola”. Recuerdo un día en el que no apareciste, pensé que habías muerto entonces tres lágrimas resbalaron por mi mejilla, imaginé toda clase de horrores que te habrían podido suceder, un secuestro quizás, un accidente de moto, porque tú pasas todos los días con tu vespa por delante de mis narices sin prestarme atención por supuesto, ni tan siquiera reparas en mi presencia. Y yo me quedo ahí mirando como niña chica a la que Papá Noel le hubiera robado los juguetes como dice en mi camiseta que me he comprado en Zara, con el sueldo que he conseguido haciendo horas extras en una redacción de prensa, escribiendo artículos de opinión por los que me pagan una miseria, encima yo me creo que soy un genio de la escritura y sigo soñando. La segunda razón es que en “sentarme sobre esta piedra” es uno de los mejores sitios donde ponen buen café de la ciudad, además de que está al lado de la redacción, te estarás preguntando a estas alturas que tiene que ver una cafetería con una piedra, pues bien, la cafetería se llama “Sentarme sobre esta piedra”, de quién fue la idea no lo sé, el caso es que he conseguido despistarte, ya estarías pensando que estaba en medio de un libro de Paulo Coelho o algo así. Y la tercera y última razón es que adoro sentarme los lunes al sol y por supuesto todos los días, contemplando la gente pasar sin prisas e imaginando de qué será la próxima entrega que escribiré.

Fin.

Virginia Fernández.

Cuento




Son tres las razones que me llevan a sentarme sobre esta piedra cada día a la misma hora.
“¿Pasó el Rey por aquí?” me preguntan. “Pues si, mire a su alrededor, ¿no lo ve?” les respondo. El caballero sobre su blanco corcel tira aún más de las riendas, su caballo quiere seguir el galope, pero el caballero quiere comprender mi respuesta. El caballero, cual halcón, gira su cabeza todo lo posible. Es un hombre de la guerra, y yo soy un simple campesino. Sus ojos están hechos de miedo, y de cálculos que desconozco. Acaso, quizá, yo podría divisar una futura tormenta, él podría ver en cambio al futuro enemigo y contar los caballos que lleva consigo, las espadas que brillan al sol, la humareda de la muerte que viene. Es evidente que el horror ha pasado por aquí. Está claro que el rey y sus secuaces han elegido esta comarca como paso. No sabe el caballero al mirarme si pagar conmigo su pobre observación. Su regimiento me mira también. Una voz se oye; “¿Qué hacemos mi Capitán?”

_ Dime, campesino, ¿qué haces ahí sentado?
_ Hay tres razones por las que me siento sobre esta piedra cada día a la misma hora.
_ Tu pueblo ya no existe, parece que eres el único superviviente de las pasiones del rey. Dime esas tres razones antes de que termine yo personalmente el descuido real. ¡Habla!

El regimiento está nervioso. Seguramente a ninguna de sus víctimas se les ha dado la oportunidad de hablar, de, quizá, salvar la vida con las palabras adecuadas.

_ Sobre esta piedra- respondí- estaba mi casa, la de mi familia. Ya no hay casa.
_ Ya vemos.
_ La segunda razón es que esa piedra la puso ahí el padre del padre del padre de mi padre.
_ Oye, campesino, más te vale darme una buena razón para que no saque mi espada. ¿Cuál es la tercera razón?
_ La tercera y más importante razón es que soy el único superviviente de mi pueblo y sólo quedo yo para seguir adelante y levantar el pueblo de nuevo, lo que haré una vez hayáis seguido vuestro camino.
_ Si no me equivoco- dijo el Capitán sobre su corcel blanco- levantarás ese pueblo de nuevo sobre esa misma piedra.
_ Así es.

El Capitán del regimiento miró de nuevo a su alrededor. Volvió la mirada hacia mi, y de nuevo al pueblo destruido. Alzó un brazo que justamente tapó el sol que me daba en la cara y dijo:

_ ¡ En marcha!

Uno a uno el regimiento pasó delante de mí. Algunos soldados miraban, otros no. Les ví marchar hacia el horizonte tras una nube de polvo. Aún pude escuchar cómo le preguntaban al Capitán.

_ ¿Por qué le dejaste vivir?
_ Nunca en mis 20 años de batalla conocí a alguien tan aburrido. Cabo, ¿cómo era esa palabreja?
_ Mi Capitán, “Profano”, mi Capitán.
_ Eso es- dijo el Capitán- somos soldados, y ese campesino- dijo mientras aún me veía- un profano de la muerte.

The end.
Por cortesía de: Gideon Richardson.

martes, diciembre 20, 2005

Carta de Ruth para Yam

A decir verdad nunca me gustó la nieve, quizá demasiado fría, demasiado blanca, como sin sentimientos. Quiero recordar tal y como eras antes, antes de conocernos incluso, pero tu piel me viene a la mente una y otra vez y no puedo dejar de pensar en lo mismo, no puedo dejar de pensar en ti, en tu mirada, y en esta soledad, en este invierno que no pasa, en esta nieve que no deja de caer, como hojas sobre la tierra en otoño, como lluvia que cae en el estanque helado que hay enfrente de la casa de la abuela, te conté que la abuela murió, sí fue el año pasado por esta época, estaba en su cama durmiendo con su carita rosa envuelta en edredones y así se fue despacio sin hacer ruido, demostrando cuánto había amado la vida hasta el último momento, cuánto nos había amado a todos, a cada uno de nosotros con todos nuestros defectos y con nuestros desplantes, cuando pensábamos que nos podíamos comer el mundo, parece que todavía la oigo decir:

- Ruth y aquel chico tan mono. No lo dejes escapar.

Y se reía, ella sí que sabía, en fin, que te echo de menos, que me di cuenta el otro día cuándo sin darme cuenta andando entre la alborotada gente iba buscando tu cara entre los desconocidos, en el metro, por la calle, sintiendo que todavía estabas ahí y que me ibas a coger la mano inesperadamente entre la multitud, de un momento a otro, como antes, cuando siempre me sorprendías y me hacías reír. Me dan ganas de llamarte, de decírtelo, pero no sabría que decir. Después de lo que te hice, puede que no sea digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Fin.

Virginia Fernández.




Cuento para Ruth

A decir verdad nunca me gustó la nieve, quizá demasiado fría, demasiado blanca y ajena, donde nada crece y todo se conserva de forma algo tétrica. Es ahí donde la conocí, entre bucles de frío y vaho. Apenas su cara asomaba de entre su práctica y eficiente bufanda. Se acercó a mí, con la respiración entrecortada, y alargó su mano metida en un guante. Dijo:

- Hola, soy Ruth, y me voy para siempre de tu vida.

Subida a una tabla de snow me guiñó un ojo, se dio media vuelta y desapareció. Una carcajada suya me hizo calcular la rapidez con la que se alejaba. Bajó pendiente abajo, colina abajo, montaña abajo y yo, que no sabía esquiar, me quedé apoyado sobre mi bastón, respirando el frío que da la nieve, notando la falta de calor que da una despedida. Una furtiva lágrima calló, congelándose al instante.

- Adiós.- pensé - que te vaya bien en Finlandia. (Tierra del fin o final de la tierra, el final, vamos).

De nuevo, el blanco frío estaba ahí, rodeándome. Me he quedado solo. Me limpié los mocos. Nunca me gustó la nieve, quizá demasiado fría, demasiado blanca y ajena. Y me puse a caminar.



Fin.

Por cortesía de : Gideon Richardson.

jueves, diciembre 15, 2005

martes, diciembre 13, 2005

Recomendación

Acabo de leer "Lo bello y lo triste" de un autor llamado Kawabata, Te lo recomiendo es un libro alucinante, sencillo en su forma, desgarrador, no puedes dejar de leer, con un final un tanto sobrecogedor. Lo leí en un día. Es una historia de amor-desamor entre una pareja de edades muy distintas por lo que.....bueno mejor no te lo cuento. Me lo encontré de casualidad en una visita que hice a la casa del libro en la Gran Vía madrileña, en mi visita relámpago que hice el fin de semana pasado, por causa de la obra de teatro que te comenté, que por cierto no me gustó mucho, a pesar de la buena crítica que tiene.

viernes, diciembre 02, 2005

“Una chica y un chico después de muchos años sin verse se reencuentran en una ciudad”

Aquella tarde cuando salí a la calle la lluvia me sorprendió dándome un beso húmedo en la cara, me vi a mi misma riéndome bajo la lluvia, iba sin paraguas y empecé a correr, entré en la cafetería Central y observé que había bastante ambiente puesto que era una cafetería al lado de la Universidad en el Barrio Alto, siempre quedaba allí con los compañeros de la facultad, pero ese día empecé a buscarlos entre el tumulto y no los vi, de repente te reincorporaste de la mesa que había justo enfrente de mí , llevabas la cazadora vaquera desgastada de siempre, el pelo rizado te caía sobre la frente, nuestras miradas se cruzaron un segundo, me acerqué a ti para saludarte, pero parecías sumido en otro mundo.

- Hola Mikel, que haces por aquí, que sorpresa encontrarte, cuánto tiempo.

ya sabes lo típico , pero no respondías, de repente te levantaste y me diste un beso en la mejilla, después me dijiste casi en un susurro :

- Nagore, cuánto tiempo buscándote, no sabes lo que me ha costado encontrarte.


Me abrazaste y empezaste a llorar.
En aquel momento me di cuenta de cuánto te había echado de menos, algo en lo que no había reparado todo aquel tiempo, me había encerrado en mí misma desde lo que nos pasó mucho tiempo atrás. Entonces me senté a tu lado y empezaste a hablarme como nunca lo habías hecho, empezaste a contarme tu vida sin mi.

- ¿Lo recuerdas ahora?, han pasado más de cuarenta años.

- ¿Cómo olvidarlo?.


Fin.

Virginia Fernández.







Una chica y un chico se encuentran en una ciudad tras no haberse visto en años. Al principio se cruzan en un paso de cebra, se miran y cada uno llega a su acera, pero él después de meditar cae en la cuenta de que la conoce y da vuelta atrás. El chico va tocar a la chica en la espalda, pero se retrae, se lo piensa, y decide seguirla de cerca. Su pelo sigue siendo como él lo recuerda; rubio, largo y lacio, sigue moviéndose al paso lento de la muchacha, con un vaivén casi hipnótico. Los tacones de la chica suenan fuerte contra el suelo, y nota que la gente de ambos sexos se para a mirarla. Debe de ser tan sexy como lo era antes, piensa el muchacho. Un mendigo que también se para al pasar la chica se da media vuelta balbuceando una frase apenas entendible dado su estado embriagado. Alza una mano, y al chico le parece que va a tocar a la chica que no se da cuenta de ello. Pero el chico intercepta al mendigo y le aparta la mano. La muchacha sigue caminando. Toc, tac toc, el móvil le suena dentro del bolso, ring ring ring, ella lo saca sin perder el ritmo de su andar y habla.

_ Hola? Si, estoy en camino. Vale, hasta ahora.

El chico reconoce su voz. El paso de los años quizá ha madurado el tono, pero sigue siendo ella. Se pregunta adónde irá, vestida así, quizá a una fiesta. Quiere tocarle en el hombro, ver su cara de sorpresa, pero aguanta la curiosidad y la sigue. Quizá no sea una fiesta a la que vaya. Quizá se viste así siempre. Las aceras están llenas de gente. Gente que camina, que está quieta, que grita, que espera. Es curioso porque cuanto mas gente se encuentra el chico en las aceras más desapercibido le parece pasar. Por un momento el chico se para, y se pregunta qué está haciendo. Se imagina a su madre viéndole y reprochándole el seguimiento de una chica, pero él se calma pensando que lo hace realmente para darle una sorpresa a una vieja amiga. Los minutos pasan de forma eterna. De repente el cielo le pone a prueba, y ve como a ella se le cae un pendiente cuado se aparta la melena del rostro. Lo recoge pero otra vez no le dice nada, se lo dará una vez hayan hablado. Se lo guarda.

Esta vez ocurre algo. La acera empieza a bajar hacia una plaza con fuente en medio. No tiene donde esconderse y tiene que parar dentro de un portal para que no le vean. Ve que la chica sigue caminando hacia abajo y decide meterse dentro de una cabina telefónica. Le extraña. Sabe que ella lleva un móvil consigo. Pero es una chica. Ella, mientras parece hablar por teléfono da grandes giros, buscando algo alrededor de la fuente o en la plaza donde se encuentra. El chico apenas asoma la cabeza del portal, curioso por ver y saber qué está pasando. La chica lleva un objeto que él no había visto antes; un maletín. Lo deja en el suelo. Quizá algo alejado de ella, piensa el chico. Al fin y al cabo estamos en una ciudad, no es muy seguro dejar las cosas así mientras se habla por teléfono.

Efectivamente. Alguien ha divisado el maletín mientras ella habla por teléfono. Sería raro que apareciese de repente el chico en la vida de la chica justo cuando le van a robar a ella el maletín. Bueno, quizá no, caído del cielo más bien. ¿Qué hacer? Para su sorpresa el que se acerca a ella es el mendigo bebido, que parece caminar mejor ahora. Se agacha y se lleva el maletín. Es extraño, pues ella le ha visto y no reacciona. Sigue hablando por teléfono. El chico no sabe qué hacer. Ella se da la vuelta, mirando hacia el tráfico, es el momento perfecto para el chico y este sale de su escondite y se lanza hacia el mendigo, al cual divisa aún acera abajo. Sin que este se de cuenta el chico se abalanza encima suyo. El mendigo mas sorprendido que asustado está gritando. “ Al ladrón! Al ladrón!” El chico no tiene miedo. Es más, tiene una misión, la de defender a la chica. No le importa nada, solo el maletín. Forcejean. De vez en cuando mira hacia la cabina, pero de repente la chica no está. El maletín se abre. Los billetes de 50 euros salen volando en todas direcciones. La calle está plagada de billetes. La calle está plagada de gente. La gente está emocionada. El mendigo se queda boquiabierto. Está confundido. Este no era el plan. También el chico está algo confundido. Al quedarse otra vez quieto mirando a al cabina, el maletín se estrella contra su cabeza. El mendigo huye. El chico cae al suelo.

El chico abre los ojos. Tiene un policía encima de él. Tiene la cara aplastada contra el suelo y le están leyendo sus derechos. Al levantarle y meterle en el coche patrulla puede ver que hay un cuerpo en la carretera, al lado de la cabina. Es la chica. Está muerta. El pendiente que algún policía con suerte encontró en un bolsillo del chico y que hace juego con el que le falta a la chica le ha condenado. Quizá sólo esté un día en prisión, pero la verdad es que piensa, al arrancar el coche patrulla y llevárselo de ahí, que podía haber sucumbido al deseo y a los consejos imaginarios de su madre, más que a la curiosidad y haberle tocado en el hombro y haberle preguntado cómo le iba la vida.

The End.
Por cortesía de : Gideon Richardson.