Es sencillo, la verdad, de la buena. El amor es pura matemática, si das, te dan; si das menos de lo que te dan, malamente; si das más de lo que te dan, igualmente de mal. Pero ahí entran los caramelos, que no siempre son para la tos. Por eso, el caramelo que le daba a mi anterior amante era amor salvaje antes dormir, porque mi tos era pasar todo el día fuera, trabajando, mientras ella se quedaba en casa, joven y aburrida. Con eso, el dar más por parte de ella era compensado con los caramelos que eran, valga la expresión, de sudor y placer. Antes de eso, otra mujer que tuve, no le caía yo muy bien. Es decir, era más inteligente que yo, y su educación distaba mucho de la mía. En casa yo era un desastre, según ella, pues no hacía la cama, no me afeitaba, no limpiaba los platos, así que lo tuve que compensar con otro caramelo, que fue un viaje a unas islas idílicas, en las cuales debí dejarla buscando conchas en la playa, la verdad. El tercer caso fue más simple, simplemente no éramos lo que cada uno buscaba; ella realmente estaba enamorada de mi amigo, y como él pasaba de ella pues se conformó con lo que más se parecía. Yo, por supuesto, hipnotizado por el espacio delantero en metros cúbicos de su camiseta me dejé llevar, pensado que quizá, aparte, algún caramelo equilibraría el desequilibrio que supone no ser querido. Huelga decir que aún no fabrican esa dulzura artificial.
En fin, entre caramelos dulces y otros bastante amargos llegué a ti. He debido de estar gritando tu nombre bajo la lluvia como tres horas. Me he dicho, mientras abrías tu puerta y te miraba empapado hasta los pies, que tú eres la buena, la verdadera, la que no me exigirá nunca más caramelo que el que necesita, y que estarás más atenta a la batería de tu móvil.
Fin.
Por cortesía de : Gideon Richardson.
1 comentario:
Original, aunque si he de serte franco, me gustan más los otros textos que te he leido.
Saludos.
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