jueves, febrero 22, 2007

Este hacerse mayor sin delicadeza



Desde esta ciudad de soles te sigo, desde esta ciudad desolada te abrigo, desde aquí te miro. Por las esquinas recorro casi sin mirar los pasos que una vez anduve, el tiempo importa. Las esquinas cuadradas me gustan porque suelen tener sorpresa detrás, las recorro sin mirar, porque me las sé. A oscuras camino hacia la luz, y desde esta ciudad de luz camino hacia ninguna parte. Desde este lado que desconoces, te recorro de abajo a arriba, de izquierda a derecha, de ti a mí. Comparto la noche con las letras que me llegan de contrabando. Desde este desierto antiguo miro hacia ti, y te admiro. Estás con la mirada ausente, perdida, perdido en no se qué historia que te hace no reír, a veces sí.
Miro el horizonte que un día trazó el mar que conocimos, la línea del horizonte que imaginé a tu lado. Te miro a lo lejos, miro hacia ese abismo que compartimos. Me gusta el abismo que hay bajo mis pies.
Me gusta la silueta de montañas que veo desde mi ventana. Escribo para contarte, escribo para escribirte, te escribo para escribirme. A medio camino regalo historias de siglos pasados.
Me pregunto qué resultado dará la hipérbola de dos continentes lejanos, uno blanco y otro negro, uno tú y otro yo. Te pienso rayas si te gustan, te las pinto.
Objetos extraños cuelgan de los árboles, desconozco su significado, imitan leyes antiguas.
Qué lejos estoy del suelo donde he nacido, esa idea me invade el pensamiento, las palabras de tus manos también. Los cafés amigos de las siestas y las lunas recorren mi cuerpo. Desde aquí me has creído ver. Iba a salir pero llueve. Soy de verdad.
Todo esto es lo que encuentro hoy en mi cabeza, te lo cuento, me gusta.

Texto: “Este hacerse mayor sin delicadeza”. Virginia Fernández.
Foto: “Gris de alambre”. Manuel Gallardo.

miércoles, febrero 14, 2007

Él y yo


Dice que a él se le cuelan sueños feos durante la noche, mientras duerme.
Dice que no entiende lo que pasa con el mundo. Yo no entiendo lo que pasa con las palabras cuando no quieren salir, cuando no quieren ser pronunciadas, o leídas, o escritas.
Dice que los sueños los creamos nosotros mismos para protegernos, por nuestra conciencia intranquila, quizás, o quizás no. Yo sé que existen esos sueños porque a mí también se me cuelan cuando menos lo espero, y no me gustan. Él dice que llegan con la noche, cuando los párpados se cierran. Los sueños feos se marchan con la luz. Cuando se abren los ojos, desaparecen. Cuando se abre la mañana, o la ventana cuadrada de nuestra habitación, salen volando. Él dice que le asustan esos sueños. A mí también me asustan, a veces en la noche siento miedo, y me despierto.
Él dice que el tza tza tzu no existe, yo creo que sí. El tza tza tzu es una mariposa que quiso ser mujer. Se han encontrado mariposas revoloteando en el estómago de algunas personas, yo las he visto, por eso creo en ellas.
Él dice muchas cosas, como por ejemplo que no le gusta irse de bares entre semana, que le da “mal fario”. Y también que de pequeño se metía en las conversaciones de los mayores moviendo la cabeza con gesto de asentimiento, pero que no entendía nada. Él hace muchos razonamientos así siempre, serios e infantiles. Yo me río, me hace sonreír.
Él dice te miro y no te pienso, te pienso y no te miro.
Yo digo que él no tiene la culpa de que el mundo sea tan feo, pero lo es.
Yo digo que a mi me gustan las libélulas.


Texto: “Él y yo”. Virginia Fernández.
Foto: “Ventanas y oscuridad”. Manuel Gallardo.

sábado, febrero 10, 2007

Te podrías aparecer


Pues podrías aparecer maga, podrías venir conmigo al cine, y mirarme. Hacer que volviera la luz, escuchar Purple Rain, o Lullaby, escuchar mi música, vestirte mis vaqueros, usar mi gorro. Podrías venir al sur, o a cualquier parte del planeta que fuera azul, podrías hacer tantas cosas.
Maga, la oscuridad acabó conmigo, mató mi sombra, suicidó mi ego, la oscuridad raptó a la vida, la borró del mapa.
Anoche volví a Otro Lugar a escuchar flamenco mezclado con hielo y limón, pero el mundo no se pudo arreglar, se quedó patas arriba como lo dejó Eduardo. No encontré ni al gato, ni a la gata, ni a nadie conocido. Canté flamenco al ritmo de un tambor.
El mundo se apaga, se evapora, se queda a oscuras, por momentos, cae bajo tus pies lentamente. Con pie firme avanzo, pero hacia abajo, de cabeza, en picado, y poco a poco me evaporo, y abstraigo de la realidad.
La luz se ha puesto en huelga de mí, en realidad de todos, porque no quiere ver más. Y yo sigo aquí mirándote sin verte maga, porque no te apareces más ante mis ojos. Me pregunto si es posible verte sin mirarte, tocarte sin verte, mientras la oscuridad se apodera de todo. Mientras tú vuelves a la Plaza Independencia sin mí, viajando a la velocidad de la luz, lejos.
En este mundo en el que hay guerras, hay mujeres de mirada triste, hay niños-soldado que quieren que acabe la guerra, para jugar con tanques a guerras, y personas que mueren todos los días de hambre, en el que hay soles que envejecieron de jóvenes. Este mundo que está solo, sin ti, gris, sin nubes de Magritte, ni bombín. Pues digo yo, que podrías aparecer maga, aquí a mi lado, así sin pensarlo, salvarme, pero no apareces, ni nada.

Texto: Virginia Fernández “Te podrías aparecer”
Foto: Manuel Gallardo “Prisiones”