sábado, febrero 23, 2008

El Teatro Patas Abajo

El Teatro Patas Abajo anda loco por el mundo, anda loco por tejados que dejaron de mirar al mar. El Teatro Patas Abajo tiene miedo a caer de un alambre de circo. Y sí, es lo que estás pensando, vive ahí en el alambre, y lo hace por ti. Yo creo que eso sí que es romántico, y me llena la cara de churretes cuando no me doy cuenta, pero no importa, porque también tiene algo llamado Sonrisa, y por eso nada más, vale la pena. Es una sonrisa interestelar en un suelo rematadamente artista, y resulta que en él, hasta el Rey Momo anda medio cuerdo, porque ni él entiende lo que pasa, y eso es lo peor que le puede pasar a un Rey. Realmente yo creo que no hace falta entender, pero lo que sí sé, es que cuando lo veo aparecer algo me cambia el sentido de las agujas del reloj, y el tiempo va al revés, y se baila tango en las calles del amor.
Vivir sin Teatro Patas Abajo, sinceramente sería como si no saliera la luna y se reflejara en un charco, como un día mudo, o gris, o un día sin palabras, como un aparato de radio roto, como si no hubiera locales cutres donde poder conversar, o no sé.
Hoy la luna llena me vacila y me guiña un guiño con algo de ti, y se refleja en mis ojos, me cuenta risas, y susurros, y una palabra con magia antes de dormir. Pero otras veces la noche se viene silenciosa y muda. No entiendo muy bien a este Teatro Patas Abajo, aunque no me hace falta porque sé que tú estás en él, y con eso me basta.



Texto: Virginia Fernández

jueves, febrero 21, 2008

De mecanos y arandelas

Yo no quiero ser un mecano, no quiero ser piezas, ni metálicas, ni transparentes. No quiero ser tuercas, ni arandelas, ni tampoco formas infinitas. A mi no me gustan los libros de instrucciones con letra pequeña, no me gustan las instrucciones made in Taiwan, o escritas en alemán, a mi no me gustan tus textos románticos. Yo no quiero ser formal, no quiero formalidad a tu lado, formalidad espectral, oscura azul, casposa y bastante tonta. No quiero tener piezas del mundo entre mis manos, no quiero ser pedazos de algo, de tiempo, de espacio, ni sueños contados, ni noches, ni nadas. No quiero ser tupé, ni punta tacón, ni nada de eso, ni montaña rusa, ni feria, si no se llama Risa. Yo, la verdad, lo único que quiero es verte bailar para mí alguna noche cuando el tiempo se pare en este espacio infinitesimal y cuadrado.


Texto: Virginia Fernández

sábado, febrero 16, 2008

La mímica de la calle y mí.


A mí me gusta la mímica de la calle, me parece preciosa porque es fotografía en blanco y negro, porque es fría, pero mimo, es arte, es alternativa hasta la saciedad. Pero sobretodo, cuando más me gusta es cuando la dibujas en un papel una tarde cuando el sol empieza a caer, justo al anochecer y me lo cuentas sentado, despacio, fumando un cigarrillo, con los ojos entornados. La mímica de la calle me cuenta un autobús con parada obligada, hay una noche y lluvia, hay gente corriendo con paraguas y niños mojándose. Hay chaqueta con capucha, hay gafas, y risas, hay cielo, y no hay gorro, ni invierno, ni frío, ni blanco pálido que se calló de una postal de una ciudad llamada Almería, cuando la lógica exacta dijo tu nombre, cuando la lógica exacta te vio aparecer en un lugar llamado Palabras. Y cuando lo dijo sonrió y apareció de nuevo un mimo en la ciudad, un mimo llamado Ciudaz, con la cara pintada de color blanco. El lugar se casó con un puzzle con las fichas del amanecer, y sonrió porque el puzzle se llamaba Poulin y era por supuesto del color de la naranja, y era precioso. Por eso me gusta tanto la mímica de la calle, ya ves.

Texto: Virginia Fernández
Montaje fotográfico: Manuel Gallardo