martes, enero 17, 2006

La gramola.

La señora se fue a sus aposentos; los demás miraban ensimismados a la gramola, preguntándose cómo demonios cabía ahí dentro una orquesta entera de músicos, pues nunca el sonido había sido aire solamente, sino parte de un espectáculo, la mitad de una actuación, que ahora intentaban comprender sin los músicos.
La señora, siempre divertida, se fue con la idea de que el mundo tardaba algo en comprender las cosas de la modernidad, y que con la observación casi siempre acababa por entender. Paco, El Alto, siempre observador de las cosas que no tenían que ver con los campos casi llegó a la conclusión exacta que la aguja leía un mensaje escrito, pero claro, el aparato al no tener una boca flexible y una lengua y mucho menos orejas acabó cansado y algo confuso. Otra cosa, dijo, que no tiene ni pies ni cabeza y sin embargo es fantástica.
Juana, La Peleona, no se inmutó. Como era bruja ya había pasado por la experiencia de escuchar cosas sin que nadie hablara. En sus ritos de montaña, bajo la luna llena, había hablado con los espíritus en repetidas ocasiones, y nunca había hecho falta una caja de madera con una especie de trompeta al final.
Antoñico, El Pelao, se había ido inmediatamente a un rincón, temeroso de no ver quien a él se dirigía. Sin embargo, la música, que era clásica, de un tal Ludwin, se le apareció más tranquila de lo esperado, y tales notas, algo complicadas en un principio, le calmaron. Le hicieron pensar en el campo, en los bancales y la transformación de estos durante las distintas estaciones. Quiso decirlo, pero mientras Paco, El Alto, se rascaba la cabeza, se dio cuenta que le faltaba vocabulario para expresar tales ideas.
María, La del Cerro, en cambio, parecía ser la persona más tranquila del momento. Había pensando inmediatamente en Luis, su prometido, y en las fiestas del Palacete, donde los ricos bailaban hasta el amanecer sin músicos, cosa que hasta el momento no había comprendido.
Cuando el disco acabó su girar sonoro reinó un silencio total. Los unos y otros se miraron entre si. ¿Se había roto el artilugio? Miraron consternados hacia la puerta de los aposentos de la señora, pero respiraron tranquilos, pues se escuchaba una especie de música, que no supieron identificar muy bien, sólo la voz de la señora, certificando que había otro aparato y que funcionaba bien. Aunque la señora sonaba algo cansada y dolorida, quizá a punto también de que se le acabara el misterioso disco. A todo esto, Paco, El de los Algarrobos, sabía mucho de gramolas, pues había ido a la ciudad y no estaba en la habitación con ellos.

Fin.

Por cortesía de : Gideon Richardson.


2 comentarios:

virginia dijo...

Los personajes son los mismos que en otros relatos ( recuerda el relato que me regalaste sobre el chico que era esquizofrénico, no se me recuerdan al hombre de la huerta,algunos.). Me ha gustao..por cierto que hace la señora con el hombre que sí sabía lo que era una gramola porque había estado en una ciudad en la habitación. je je.

d dijo...

Muy bueno, no s´r con cuál quedarme. La tregua de vacaciones os ha traido inspiración.