jueves, enero 26, 2006

El templo del tirano.

_ Perdón- dijo el tirano- no puedo ser más que lo que soy. No puedo dar aquello que quiero vilmente. No puedo tomar aquello que me ofrecen, si no tomarlo porque quiero. Así si. Anulando. Tomando lo que mi dios a predispuesto para mi.
_ Pero no lo comprendemos- dijeron los campesinos.

Y así era. Llevaba el religioso instigando a la población nada menos que siete años para que la construcción del templo siguiera su curso. Un curso inventado por él, por supuesto. Anunciaba éste verdaderas catástrofes para los nativos, enfermedades, hambrunas y climatologías adversas que arrasarían con todo si el proyecto no llegaba a su fin.
Tanio, joven lugareño, trabajador arduo como los demás vio pronto que el sacerdote no respondía por el bien del pueblo, si no a los de su dios inventado. Por ello, el creyente obtuso mandó, bajo amenazas celestiales, construir el templo en lo que Tanio consideró el lugar más provocador, en lo más alto de al montaña. Aquella parte del monte era visible desde el mar. Ahí donde estaban construidas las casas de los campesinos no. Por eso habían elegido la falda de la montaña, que apuntaba hacia el norte, parte que no se divisaba desde el mar. Y fue así durante siglos. Pero eran tiempos en que el tiempo aún no se medía, eran tiempos tan antiguos que aún no había nacido una religión concreta.
Cuando al poblado llegó aquel hombre vestido de pieles desconocidas, collares inverosímiles, apoyado sobre un gran bastón, la gente no supo qué pensar. Éste vio en su sorpresa su principal herramienta; saludó cortésmente ahí donde iba y poco a poco fue ganando la confianza de algunos, que como quiso, manipuló. En poco tiempo creó creyentes, basándose siempre en el miedo que sus palabras causaban. Poco después creó discrepancias entre los pobladores y lo demás fue esperar.
Para cuando pusieron la primera piedra, en la zona prohibida, Tanio tuvo la certeza que aquello sólo traería desgracias. Discutió ferozmente con el sacerdote, pero éste, protegido por los ya muy creyentes, no se inmutó; su dios inventado exigía un templo, cuanto más alto mejor, para que se pudieran comunicar adecuadamente.
Y como en toda política, fuera de estado, de economía o religioso, la cosa fue imparable. A aquellos que gritaron más se les calló, en nombre de la creencia. A aquellos que destruían lo construido se les cortaban las manos, hasta que la violencia se convirtió en el único lenguaje.
El día final, en que la luna prometía ser llena aquella noche, llegó. Al igual que los feroces corsarios, de crueldad legendaria, después de divisar, cual faro en alta mar, el templo. Corría pues la noticia en todo el mediterráneo que un modesto pueblo se había enriquecido de tal forma, sin saber bien cómo, que erigieron un templo en lo alto de un monte, lleno de tesoros inimaginables.
A pesar de que el poblado se encontraba a dos kilómetros del litoral esto no impidió que su avance fuera rápido. Los corsarios arrasaron primero el poblado y sus alrededores. Los campesinos habían huido hacia las montañas y ahí no se les pudo dar caza, pero el sacerdote y sus acólitos presentaron una patética lucha que de nada les sirvió. Corrió la sangre, las cabezas, la vida.
No sé supo cómo el sacerdote había salvado la vida. Los piratas se quedaron tres días con sus tres noches, y al acabar su agresión volvieron a sus naves y siguieron rumbo hacia otros poblados del litoral. Cuando los supervivientes volvieron al pueblo se encontraron con la desolación y los cuerpos muertos de aquellos quienes creían en un dios inventado. El sacerdote, siempre cobarde, había utilizado un escondite secreto cuya factura nadie conocía. Había salvado la vida mientras los creyentes daban la vida inútilmente, algo que en la historia se repetiría hasta la saciedad. El sacerdote se presentó, cubierto de sangre ante el pueblo superviviente.
_ Perdón.- dijo el tirano.- no puedo ser más que lo que soy. No puedo dar aquello que quiero vilmente. No puedo tomar aquello que me ofrecen, si no tomarlo porque quiero. Así si. Anulando. Tomando lo que mi dios a predispuesto para mi.
_ Pero no lo comprendemos- dijeron los campesinos. Entre los asistentes apareció Tanio, con la espada de un corsario muerto. Atravesó al sacerdote, partiéndole el corazón en dos. Y espada en lo alto, goteante, gritó:
_ Nunca más creeremos en aquello que no vemos!.
El pueblo celebró este acontecimiento y en varios siglos jamás subió a lo alto de la montaña, por miedo a ser vistos, quizá por los corsarios, quizá por un dios colérico y desengañado.

The End.

Por cortesía de Gideon Richardson.

1 comentario:

d dijo...

Me gustó menos el final. Tanio se convierte en ejecutor de una ley que despreciaba, la violencia. Las enseñanzas del sacerdote no cayeron en barbecho...