martes, enero 31, 2006

Ha renacido una estrella.

Subido a un árbol hacía el pino. Era lo último. Había gritado “ Si no hay estrella yo lo seré!”. Así era Matías, nuestro tío Matías. Había crecido en Boston, después de que sus padres abandonaran el pueblo en la década de los cincuenta. Se establecieron tempranamente en Boston, por ser una ciudad llena de fábricas, donde el abuelo podía encontrar trabajo fácilmente. Matías, que siempre fue artista, se inclinó tempranamente hacia el mundo del espectáculo. Era un payaso. De pequeños, cuando venían brevemente al país, su visita nos llenaba de alegrías. Al ser mayor cuidaba de nosotros y hacíamos excursiones y mil cosas. Siempre tuvo nuestro aprecio. Y nosotros el suyo, se le veía en la cara. Por la noche, en nuestra casa en el campo, alrededor del fuego se inventaba historias fantásticas sobre Boston y América en general. Nos pintó un mundo industrializado donde los sueños salían de las chimeneas industriales y flotaban en el aire para quienes los quisiera coger. Ahí sobraban los sueños, nos decía, y cualquiera puede cumplir el suyo, si lo agarra bien y no se le lleva a uno volando.
Cuando murió aquel anciano no venerable, que tenía el país como si fuera su patio trasero, se celebró con una nueva visita de la familia. Aunque yo entonces no entendía mucho, si veía una felicidad general en todos los adultos. Se abrazaban, brindaban, recordaban a gente, con sus nombres, que había caído y que era una lástima que no pudieran estar ahí, cosa que me desconcertó, pues el que sea cae se le ayuda a levantarse, me enseñaron y no se le deja por ahí tirado. Fue entonces cuando Matías nos dijo que iba a hacer su primera película, como actor, nada más ni nada menos que en Hollywood.
Fueron años dulces. La familia de América nos enviaba dinero casi cada mes, lo cual ayudaba mucho en la economía casera. Nunca nos faltó de nada. Cuando crecí, siempre influenciado por Matías y sus sueños voladores, sentí la terrible necesidad de hacer algo en el cine. Mi apellido me ayudaba, por qué negarlo, pero en España era otra cosa. Sólo la gente internacional de la industria cinematográfica me asociaba con mi primo, y eso en el fondo era bueno. Empecé humildemente. Sin apenas recursos, con un apellido semi-conocido. El éxito tocó a mi puerta. Tenía bien agarrado mi sueño. El dinero comenzó a entrar a raudales. Las mujeres las acabé llamando “carpinteras” por tocar todo el día mi puerta. El trabajo era mucho, y el tiempo se volvió corto.
Cuando la carrera de Matías tocó fondo España ya era libre desde hacía tiempo. Se acercó al país, algo confuso, pues su éxito pasado agradó a la televisión española, y lo contrataron, quizá algo engañadamente. Realmente su carrera cayó en picado en América por sus excesos. Mujeres, dinero, drogas…no tardaron en llevarle por el camino equivocado, aquel por el que yo no pasé.
Fui a verle a Madrid. Ni tan siquiera había llamado a su familia española. Tanto había cambiado. No era más que la sombra de lo que fue, pero al verme algo antiguo y genuino volvió a despertar en él. No tardó ni tres días en romper su contrato delante de los productores y nos volvimos aquí, a la paz indestructible del pueblo y nuestra casa de campo. Ahí recordó, antes de pasarse tres días encerrado para purificarse dijo, a sus padres y a los míos. Anduvimos los caminos antes recorridos, donde la risa y el jolgorio nunca paraba. Pocos meses después llegó la Navidad. Ese año se reunió toda la familia, la que quedaba, y resultó ser bastante numerosa. Llegaron de Boston, de Los Ángeles, de Burgos y hasta de Teruel. Fue toda una sorpresa. Algún familiar de locura similar a la de Matías se ocupó de todo y pudo reunirnos a todos. La casa, llena de niños, de tíos, de abuelos, rebosaba en felicidad y nunca vi a Matías tan completo y lleno de turrón. Cuando alguien insinuó que el pino tenía de todos lo adornos navideños menos la estrella no tardó mucho en lanzarse al jardín, y delante de todos, y una vez ahí, encima del árbol, mientras hacía el pino dijo feliz: “De nuevo, soy una estrella”.


Por cortesía de Gideon Richardson.







2 comentarios:

d dijo...

Bonita, entrañable y bien hilada.

Anónimo dijo...

Gracias!