viernes, marzo 10, 2006

Bajo las estrellas de Agosto

Entró, observó, saludó y se fue. Sin más. Menudo era. Un mal bicho, como decían muchos. Escaso de palabras, sin apenas trato con nadie las pocas veces que aparecía por el bar. A mi no me extrañaba. La verdad, ¿qué había que decir? No mucho. Su mujer, siempre desaparecida, no le quería mucho. Es más, le quería poco, y él se pasaba las noches de verano buscándola, ya casi como un rito, mientras los demás le veíamos caminar, de puerta en puerta, de bar en bar, siempre con la misma pregunta en los labios. Incluso se podía decir que se había acostumbrado a ello, y que la búsqueda formaba parte de él y su relación con ella. Yo creo que en el fondo, por venir de donde venía, por su educación y su pasado, el buscarla ya era de por sí un acto de amor. El salir de casa, recién afeitado, bajo las estrellas de agosto, después de un horario laboral de 12 horas, en su busca, era amor. No tenía otro momento del día para hacerlo. Hubiera estado bien, no sé, que ella hubiera esperado, aunque hubiese sido un viernes cualquiera, a que él volviera, por lo menos una vez, que no tuviera él que buscarla, si no encontrarla, directamente, al abrir la puerta. Como camarero, filósofo y observador de la noche, se lo dejé saber a ella, una noche en que ella apenas se tenía en pie, cuando le serví la última copa de la noche. Esa que no se paga.
Sé que mi consejo hizo algo de mella en ella, creo que sé hablar a la gente y que me escucha. Cuando se lo sugerí, a ella pareció venirle algo a la mente, como si yo le hubiera dado una clave. Días más tarde supimos que efectivamente una noche de esas él la encontró en casa al volver, pero ella quizá lo entendió al revés, y le esperaba acompañada, en su propia cama. Creo que en el fondo, incluso las cosas que queremos decir con mucho ahínco, las cosas que nos quieren salir por el pecho, que no nos dejan dormir, esas cosas que realmente cambiarían nuestras vidas si las pudiéramos sacar, y que nos da tanto miedo decir, salen, por un lado o por otro, pero salen, en palabras o en acciones.
Ella se ha marchado del lugar para siempre con su amante. Feliz e infeliz a la vez. Me han preguntado, días después que dónde está él, ese mal bicho que no habla nunca. Yo les digo la verdad, que entró, observó, saludó y se fue. No como un emperador precisamente. Sigue buscando y creo que si, cualquier noche de estas me pregunta, le diré la verdad, que acaba de irse, seguramente en su busca.


Por cortesía de : Gideon Richardson.

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