jueves, noviembre 30, 2006

Tenía prisa y manta de cuadros

Tenía prisa y una manta de cuadros, rolls royce para una princesa y cielo azul, ventana junto al mar, cuadros y bocetos hechos a lápiz, cámara de fotos y sugus de colores, aunque más de los azules, para cuando viajaba a Montevideo regalárselos a los niños pobres de Galeano que buscaban subsistencia buscando chatarra vieja en la basura, perdiendo así su infancia y su vida. Los tenía para eso y para cuando viajaba a cualquier parte del mundo, porque en todos sitios hay niños que han nacido en el lado equivocado. Esos sugus eran para ellos y para él, porque a veces él también se quedaba sin toblerones de los buenos. Dejando a un lado las teorías de Michael Landon sobre la riqueza y la pobreza de los países, creo que siempre intentamos justificar la pobreza desde este lado nuestro del primer mundo, y digo yo ¿Quién le puso ese nombre a este mundo que anda más equivocado que ninguno? Y ¿Por qué? Intentamos buscar razones para sentirnos mejor, él no, eso lo hacía diferente, aunque él no lo sabía.
Nunca contestaba a las preguntas, sin embargo él si las hacía a cada momento. Siempre corría de un lado a otro sin parar a tu lado, claro. Era visitador de países pobres, intentaba salvarlos pero en vano y tenía una rana verde de ojos saltones que lo acompañaba por el mundo y le daba consejos por las noches de cómo seguir. Yo lo observaba despacio, lo estudiaba a ratos y de cerca, me gustaba hacerlo pero sin que él lo notara. Tenía todo eso que os cuento y mucho más, tenía los secretos guardados en estuches de lata que pintaba por las noches del color del cielo y que guardaba en su estudio secreto, para luego regalármelas con prisa y manta de cuadros.

Virginia Fernández “Tenía prisa y manta de cuadros”

martes, noviembre 28, 2006

sábado, noviembre 25, 2006

El tambor

El baúl está vacío, pero lo voy a convertir en una caja de música. Es tarde, afuera llueve, es jueves, es de noche, y hay luces brillantes cuando apago la luz en la calle. Estoy sólo, pero no me importa porque hago música. Me gusta la música. Invento notas en pentagramas en clave de fa, que es la mano izquierda del piano. Dicen que la mano izquierda es la más difícil, a mi no me lo parece.
Yo no tengo piano, lo regalé, bueno mejor dicho lo devolví porque el piano no era mío, era de mi hermano. Pero sí tengo tambor, tambor inventado por mí, tengo tambor y manos, por lo tanto, tengo tambor, manos y música en clave de fa. Música triste, porque es la que más me gusta, acordes en fa bemol menor de tambor imitando piano, suena bien.
A veces cuando estoy solo hago música. El tambor está roto pero aún así suena. Me divierte mucho porque invento sonidos extravagantes que luego te regalo. Me pregunto cómo pueden salir esos sonidos de ese espacio cerrado, los saco así sin más, es muy sencillo y no entiendo por qué nadie toca tambor e imita a la vez piano o violín. Pero violín es más difícil, nunca suena bien, aunque estés en quinto de conservatorio, violín suena fatal, a no ser que seas un crack en violín, entonces sí, entonces te puedes dedicar a ello.
Seguramente nadie toca tambor porque no saben su secreto, por eso nadie saca música bonita para regalar, yo sí, yo sé su secreto. El espacio cerrado es su secreto, pero yo no lo revelo a nadie porque me gusta ser yo tocando tambor y regalándote música a ti, yo solo y tú. Por las noches te acompaña mi música y estás contenta, por eso te regalo mi tambor y mis manos.

Virginia Fernández “El tambor”

miércoles, noviembre 22, 2006

Mojácar a vista de comic



Pintura: Manuel Gallardo

viernes, noviembre 17, 2006

Contando un día cualquiera con gato y violines

Tres pies encontrados al gato dices, y con eso quieres que te cuente una historia sobre la música de violines que suena en mi cabeza cada vez que escucho las letras que forman la palabra jueves y la historia de un gato. Pero es que a mi me gusta la palabra jueves sin más, y no tiene explicación, también me gustan los gatos.
Te quedas tan a gusto con los tres pies, yo aquí volviéndome loca sin entender por qué tres y no cuatro, me pregunto dónde está el cuarto, mira que ponerle solo tres pies al gato, pero es que el gato es manco o cojo según se mire me dirás, porque le falta el pie izquierdo delantero que perdió en alguna guerra existencial. El gato es vagabundo, el gato me gusta, lo adopto, me lo llevo conmigo y le pongo de nombre Jueves, porque sí, porque me gusta y punto.
Mientras, aquí estoy divagando y pensando en el norte con su gorro andino, y claro mi gato me acompaña, me dirige miradas de pronóstico reservado cada vez que intento explicarle y que entienda que el sonido del silencio no se vende, ni se compra, no está en el mercado, sino en tu cabeza.
A la misma vez ando por la calle llena de gente que no se abraza, quedan tristes sin abrazos, yo mando señales de humo a esa camiseta con estrella en el centro que me abandonó esta mañana para que vuelva con gorro, sonrisa y abrazo, a mi si me gustan los abrazos.
Las cafeteras llenas de secretos luego te las cuento, tomando un té de aquella tetera con vistas al mar que compartimos y que no se oxidó con la lluvia.
Ah! Y te aviso que quiero dormirme con música de Neil Young y violines.

Virginia Fernández “ Contando un día cualquiera con gato y violines”

martes, noviembre 14, 2006

Por ejemplo, un ejemplo

Por ejemplo, un ejemplo que se me ocurre en este momento del día, justo en el momento once menos dos minutos de la noche, que es en el que el día va llegando a su fin y con él su sonrisa, su dichosa sonrisa pesada y agoniosa con ese afán de protagonismo por querer estar en todas partes a la vez, ni que fuera Dios, digo yo. Y es que hay mañanas en las que una sonrisa me persigue por todos lados, mi vida es una sonrisa enroscada en cualquier parte al que se dirija mi mirada. Lo sé, debería de estar contenta, pero es que la encuentro a cada instante, por todas partes. Miro a las zapatillas al levantarme y me están sonriendo, cuando me dirijo hacia el baño mi mirada fija sobre las baldosas del pasillo me guiñan un ojo y sonríen. Que sonrisa más fastidiosa, después de haberme levantado a las seis de la mañana para ir a trabajar en un trabajo en que el que estoy diez horas y dos minutos haciendo el mismo aburrido trabajo de todos los días. Esa sonrisa a la que odio otra vez a las siete menos cuarto mientras tomo cereales, luego en el baño me sonríe el inodoro, inconcebible!, mientras me veo en el espejo con cara de aburrimiento, bajo las escaleras de casa y me sonríen, salgo a la calle y el bar de la esquina incluso cerrado me manda una sonrisilla que no entiendo, sigo caminando y hasta el semáforo en rojo sigue la misma pauta y tengo ganas de suicidarme arrojando mi sombra al próximo autobús número uno que se dirija hacia al centro de la ciudad y pase por la universidad.
En fin que hay días en los que todo esto me sucede e irremediablemente termino escribiendo un relato llamado “por ejemplo, un ejemplo” mientras una sonrisa se dibuja en mi cara.

Virginia Fernández “Por ejemplo, un ejemplo”

martes, noviembre 07, 2006

miércoles, noviembre 01, 2006

Buscar y no encontrar

Buscar y no encontrar, estar solo, ver oscuridad a tu alrededor y muerte, más muerte, no vida, no sol, no paz. Me siento perdido en el tiempo y en el espacio, perdido de ti, busco, mi mirada busca, mi yo busca, mi otro yo sigue buscando, y el de más allá también, el que saqué para hablar ante más de mil personas y el tímido, el relajado y el nervioso, pero sigo sin encontrar, ninguno de todos los yo que forman mi persona encuentra nada. Todo está oscuro y vacío. Las preguntas me asaltan todo el rato, intento buscar respuestas pero no las encuentro, dicen que si no buscas, respuestas hallarás, pero es tan difícil cuando éstas te laten adentro, y de que manera, gritan y no se quieren callar, exigen, buscan, rastrean, olfatean como lobos hambrientos, hieren, te rodean, te asfixian, hasta que te matan, y vuelta a empezar, así sin más.
La tarde va cayendo poco a poco, se arrastra como reptil de pasos lentos pero seguros, al igual que la luz tenue que me rodea y la cual va dejando de existir a cada rato. No me apetece levantarme, tampoco encender la luz. Estoy tan cansado, no quiero pensar, solo quiero dejar pasar el tiempo y no intentar buscar mas respuestas a las preguntas que me asaltan. Mis huesos están entumecidos y se adormecen poco a poco, se está tan a gusto así, mis ojos se entrecierran poco a poco y no quiero dormir, pero es tan pesado ese sueño en el que caigo irremediablemente y del que no puedo despertar. Me vuelve a asaltar ese miedo a no despertar, de hecho no me despierto, intento moverme y no puedo, mi mente está despierta, pero no mis pies, ni mis manos, mis miembros no responden a las órdenes de mi cerebro, estoy muerto, estoy solo, quiero gritar, no puedo.

Virginia Fernández “Buscar y no encontrar”.