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martes, febrero 11, 2014

jazzeando la noche


Jazz y lluvia se dan cita en la noche-ciudad. A solas con el tiempo lento de tus horas de ti, me ensimismo en el espacio de todos los días, espacio nocturno, imperceptible, sintomático, asimétrico, gris-local. Leo el perseguidor-Parker o cualquier otra cosa que tenga a mano para entretenerme mientras espero, escucho jazz y sólo quiero que la música salve al menos el resto de la noche. Es tan natural entrar así en tu mundo-mágico, en tu tiempo de ti, en tu universo-particular y rectangular. Y diría infinito, lejano, acogedor, diría intelectualidad disfrazada con traje a rayas de cárcel sin barrotes y no me equivocaría ni un milímetro. Te confieso que tengo unas ganas locas de meterme en la cama y desaparecer, entrar en ese espacio secreto e íntimo del edredón, oscuro, de bordes fríos, perderme de esa realidad que nos acompaña durante el día, de nuestras situaciones normales, de comprar el pan, de hablar con nuestros compañeros de trabajo, de andar por la calle sin ver las caras que se cruzan con nosotros. De estados de ciencia y realidad absoluta y no exentos de un desatino casi perfecto, obstrucciones de la sociedad que juzga movimientos e incluso pensamientos, que no deja percibir el sentido de las cosas.
Pero hay momentos que son distintos a ese tiempo, ah! ese momento, es el no-tiempo al que estamos acostumbrados y eso sí que es una verdadera maravilla, entrar en el puente de madera con el agua bajo nuestros pies y poder sentir que estamos en la Terrassa de Café, la nuit en todo su esplendor. Ver por ejemplo la noche radiante y vestida de azul oscuro.

(c) Virginia Fernández Collado.

miércoles, mayo 13, 2009

manos

Observo unas manos, manos de dedos largos, manos que seguro acariciarán o serán acariciadas en un futuro próximo, que se enamorarán de otra piel distinta a la mía. La lógica exacta me dice que recorrerán muslos, pieles, y otros mundos diferentes, serán objeto de fuegos fatuos, y de amores y desamores. Manos anónimas, y al fin y al cabo desconocidas para mí y de mí.

(c) Virginia Fernández

domingo, abril 12, 2009

temporalidad y relojes



Llueve, y las calles bajan con agua como ríos nocturnos, y son gotas en un trampolín, y dan saltos y gritan, y se tiran agua unas a otras y vuelven a mojarse, y todo es un círculo nocturno y bello. La ciudad se inunda, los coches gritan claxon, y es tan natural perder ahí la noción del tiempo de los relojes que se llevan en pulsera, y entrar así en otra dimensión. Suena jazz y lluvia, y hay manta, y mis manos se interponen a esos relojes colgados de las paredes, y hay una luz suave para poder charlar bajito, y beber té mientras estudias por qué existen los relojes, mientras me cuentas al oído los secretos de la piel.

© Virginia Fernández “Temporalidad y relojes”

el guitarrista cero

El guitarrista Cero sabe de noches desoladas y frías. Actúa bajo el manto de la noche azul de un local llamado Loro. Tiene en su cara algo parecido a una sonrisa, lanza una especie de mueca o guiño hacia su amigo con gafas que lo observa desde la barra, éste recoge la mueca y le corresponde con una mirada incierta y amistosa. Mientras su público lo abandona a la misma velocidad que sus acordes caen de una guitarra que ni siquiera recuerda el día en que nació.
El guitarrista Cero sabe que el mundo está ya de vuelta, harto y cansado. En el fondo cree que no le importa, pero un amago de tristeza lo delata por las comisuras de sus labios. Hace un intento de cantar, le gusta estar allí, se sienta en un taburete con chicle que también le gasta una mala pasada, mira hacia un lado, hacia otro, disimula y vuelve a sus acordes. Lleva sombrero y amargura, y en algún momento de la noche si nada cambia se preguntará por qué está allí. Unas risas al final le devolverán las ganas de seguir tocando algo parecido a rock & roll. Mientras dos gatos se besan en la puerta de un local llamado Loro.

(c) Virginia Fernánadez “El guitarrista Cero”