domingo, abril 30, 2006

Juan, El Chapas

Juan, el Chapas, dormía su pobreza como si fuese rico; dormía en un cajero de banco, y la vivía de igual modo: de banco en banco, por el parque. Cada día a la misma hora se levantaba y seguía una misma ruta, paseaba por las mismas calles desiertas, aunque llenas de gente, vacías. Todos los días bajaba por la Calle Sierpes, doblaba la esquina y se adentraba en la estación de tren, allí pasaba las horas mirando cómo la gente se despedía de sus familiares, cómo cogían trenes sin rumbo que los llevaría a quién sabe dónde; otros volvían y tenían reencuentros con sus amantes, se abrazaban y besaban como si en ello les fuera la vida; niños con abuelos de la mano paseando como él. Una nostalgia lo invadía entonces, no sabía nada de su hija, la buscaba entre las caras de la gente, pero en vano, muchos años atrás habían dejado de verse; abuelas pidiendo en las aceras; gamberros jugando y metiéndose con todo el mundo, le tiraban piedras y reían sin parar. No se cansaba de ver a la gente ir de un lado a otro, ni de contar los raíles que nunca acababa de contar. Así la veía pasar, tranquilo, sin prisas, sin amargarse demasiado. Nunca sabía cómo iba a terminar ese día o si tendría fin. Había días en que todo le parecía igual y otros días en los que el sol brillaba de forma especial para él, o eso creía, las nubes parecían reírse y bailar. En fin, todos los días se levantaba temprano, cuando el bullicio no le dejaba conciliar el sueño, ese sueño que tan rápido lo visitaba por las noches después de ingerir alcohol en pequeñas proporciones de cartón barato, alcohol que lo ayudaba a no pasar frío durante las noches frías de invierno. Su casa estaba en la Plaza Altamira, justo en la esquina izquierda si miras la plaza desde abajo, es decir desde la calle Barraquer; le había costado mucho conseguir esa especie de hogar a la intemperie, que era el cajero en el que cada noche se veía morir un poco más, pero al fin y al cabo era su casa, donde amanecía todos los días rodeado de cartones viejos, que hacían a la vez de cama, de manta, o de mantel según fuera el caso. Estaba tranquilo y no tenía miedo porque sabía que si algo debía de ocurrirle, le pasaría de igual modo. Unas semanas atrás se había instalado con él Sam, un perro sin raza, muy grande, lo solía acompañar a todos sitios, la gente los miraban de reojo cuando iban paseando por el Paseo, porque realmente imponía, era un animal de proporciones exageradas para ser perro, en fin, pero era noble como el viejo Juan el Chapas, él lo sabía y con eso le bastaba. En la vida de Juan también había un niño que lo solía seguir todas las tardes por las calles de Almería, el niño lo observaba, desde lejos, parecía que le tuviera miedo, siempre andaba por fuera de la acera, metido en la carretera por donde circulaban los coches, era algo que al viejo le llamaba la atención, no sabía por qué lo hacía, pero le hacía gracia, porque cuando él era pequeño también había tenido esa costumbre. El niño se llamaba Basilio. Un día Juan el chapas dormía tranquilamente en el banco del parque Federico García Lorca y notó como si alguien andara cerca, miró de reojo y vio a Basilio acercándose sigiloso, cuando estaba muy cerca de él Juan abrió los ojos, el niño se asustó, pero Juan le dijo que no corriera, que quería ser su amigo, Basilio sonrió, entonces Juan le preguntó que por qué andaba fuera de las aceras. Basilio volvió a sonreír y dijo: -Señor porque así lo hacen las personas mayores. Y sin dejarlo parpadear prosiguió: - Y no se enfade, pero lo sigo a todas partes porque usted es mi abuelo. Entonces una sonrisa iluminó al viejo. Ese día era de los especiales pensó.

VirginiaFernández “Juan, el Chapas”

miércoles, abril 19, 2006

Los parentescos

Déjame contarte algo que quisiera que me contaras. El comienzo de los comienzos. Sí, es difícil, pero todos hemos tenido ese principio, más o menos difícil o doloroso, según la situación, pero no deja de ser comienzo o final de algo, según se mire. Antes tengo que hacer un preámbulo, es decir, explicarte cosas que deben ser entendidas antes de empezar una historia. Mira Mi Lu, primero tienes que saber qué son las táteles, las mámeles y las búbeles, porque sin comprender eso no podemos empezar. Me has preguntado que si una tátele es una Amelie o una Adele, pues te digo que sí, pero quiero que sepas que todos los niños del mundo tienen táteles o casi todos y no todos se llaman Amelie o Adele, puede que se llamen Narea o Ainés o también pueden ser Denis o Ibai o muchos más nombres, éstos son los hermanos de nuestros padres. Si nuestros padres no tienen hermanos no tenemos táteles y es muy triste porque no podemos jugar con ellos, ni nos hacen cosquillas, ni nada. Por todo esto yo soy tu tátele Amelie, me quieres y me gusta cuando me dices txori te echo de menos. Por otra parte resulta que las mámeles son las mamás, las mamás de nuestras mamás son las búbeles, las queremos mucho y a su vez ellas nos quieren. Y así todo el rato, ¿Ves qué fácil?.
Bueno, pues la mámele Baia está muy triste porque la tátele Adele se ha tenido que ir lejos, y la razón es muy complicada, porque las personas mayores hacen cosas complicadas y sin sentido, ni lógica, aunque ellas crean todo lo contrario. Luego se escriben cartas con fotos y letras. La tátele cuando nos escribe nos cuenta que está bien y quiere que vayamos todos a vivir allí, dice que allí la gente es buena y la tratan muy bien. Por otra parte la mámele no quiere dejar su casa, pero también está harta de que le pinten letras feas en su fachada. Por eso la mámele llora y te abraza y tú no lo entiendes. Tampoco sabes lo que son los parentescos, sólo te ríes y le haces cosquillas, luego vienes a que tu tálele te explique las cosas de los mayores y todas las letras raras que forman palabras raras, pero pasa que a veces yo no se contarlas como tú quieres que las cuente.

VirginiaFernández “Los parentescos”

lunes, abril 17, 2006

Chicou


Por cortesía de : Manuel Gallardo.

martes, abril 11, 2006

Conversación de un uruguayo que anda enamorao

Todos estamos llenos de despistes y de franquezas, ¿Qué querés que te diga?. El otro día lo iba hablando con la flaca del quinto. ¡Qué mina linda Ché! . Todos los días me la cruzo por la escalera, me tiene refrito con esos ojos azules. Me mira y me transforma, soy otra persona, de repente me vuelvo amable con el prójimo, hasta una sonrisa aparece en mi rostro, se me pinta como si lo hiciera el propio Picasso en un momento de inspiración, dos pinceladas y ya, imaginad el nombre del cuadro :”Uruguayo con sonrisa”. Sí una sonrisa como caída del cielo y ¡Ché! uno no está acostumbrado a estos cambios de carácter, luego pasa lo que pasa, las habladurías por el barrio, que si el gallego anda cambiao, que ya no es el que era, que está mal por un asunto de faldas, que anda raro, que no viene más por el boliche y bla bla bla, ¡Qué aburrido!. Yo que todo el día ando con el drama , este mal carácter me ha andao acompañando durante mis treinta y cuatro años. Pues vos sabés que cuando la veo desaparece, se esconde como si fuera un caracol al sol, me vuelvo solícito, educado, lo que se dice todo un tipo de bien, como diría mi vieja. En fin, será el amor que me visitó, tocó a mi estancia sin avisar y se quedó instalado acá, conmigo, durmiendo a mi lado. ¡Pero mina linda, qué has hecho! . Que sí que ya se que no me pegá, que tu no me imaginás así, pero oye uno es humano, no atemporal como vos creés. Uno tiene su pequeño corazoncito, hermana: siente, ríe, llora, habla, canta , vive, incluso se va a la compra y de farra, en fin todas esas pequeñas cosas que hacen, cuando se suman, al ser humano que soy, o creo ser. Ché me pongo sentimental y no me va, hazme un favor: Paráme el carro. Ciao bella.

Fin.

Virginia Fernández

miércoles, abril 05, 2006

Monólogo sobre los nadies, tú y yo

“Los nadies, los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”. Eso somos nosotros. Todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, blancos y negros, todos diferentes pero iguales a la vez, aunque creamos lo contrario. Aunque te entristezca. Tenemos nuestro pequeño momento de gloria, creemos que somos los más importantes, que todo gira a nuestro alrededor, que sin nosotros no existiría el mundo, o por lo menos el que nos rodea, y no es así. Tenemos nuestra burbuja a medida, como la que el Principito le hizo a su planta para que no pasara frío en invierno, o calor en verano, para que ningún animalillo que andara despistado y suelto por ahí se la comiera. Pues igual, nosotros andamos en nuestro mundo prefabricado y no nos damos cuenta de que todo es efímero, y mentira, ¿No te das cuenta? Nos creemos el centro del universo y nos equivocamos a cada momento. Es triste, no lo podemos cambiar. Si miras al cielo, por la noche, en verano, tiene que ser una noche despejada y sin luz, tienes que estar tumbado mirando hacia arriba, si ves las estrellas te darás cuenta de lo que te digo. Es muy sencillo, en muchas otras circunstancias puedes tener esa sensación de vacío existencial, no es nada triste. A mi me gusta la sensación, porque el sin sentido que veo, me hace ver el sentido de las cosas y del mundo mucho mejor. A mi solo me pasa cuando miro a las estrellas en verano, ¿Has visto qué raro?. A lo mejor a ti no te pasa, o te pasa muchas veces, en millones de sitios y espacios, ojalá, porque verás todo mejor. Yo cuando lo siento me doy cuenta de todo, me doy cuenta de que lo que me rodea no tiene valor alguno, o tiene muchísimo, o de que la gente que me rodea se equivoca constantemente y miente, o dice la verdad a medias o la verdad simplemente, ¡Qué bien cuando es así!. Veo que yo me equivoco muchas veces, o no. Pensarás que estoy loca. Si lo haces lo entenderé. Ya sabes que te escribo para escribirme, y que me encanta cuando me dices te odio, sobretodo en los momentos de ver, porque se lo que significa.

Fin.

Virginia Fernández.