Te guardo en un rincón de un sitio, en un lugar pequeño de la casa, en un lapicero, o en un estuche. Podría decirse que en un lugar del mundo, detrás del lugar menos pensado, en una estantería imaginada al azar de una biblioteca de una ciudad pequeña, en una orilla de mar. En el sitio más recóndito, en una taza de lata, en un papel arrugado, en un techo a secas, en un caballito de mar, en una luna imaginaria. Y claro, estás ahí reivindicando tu espacio temporal, y material. Cómo no, asomándote a la vida, de puntillas, describiendo hipérbolas con sabor a sal.
Te guardo en un mundo sin fronteras, en un mundo sin guerra, sin dogmas impuestos, sin persuasiones, ni religiones.
Te guardo en un instinto, en una esquina pintada de rojo, en el azar de la vida, en unos anteojos usados, en unos vaqueros, en una calle suburbial y a oscuras, en una calle mojada, en tu calle del sur que te espera. En una historia leída, en una historia imaginada, en un libro de poesía de un escritor llamado Alexis Díaz Pimienta, en un libro en cuyo título aparezcan las palabras lluvia y Almería, en unos versos que digan como la canción cosas bonitas, como que vendrás a maullarme bajo mi ventana, o como que en tu ciudad no cae el amarillo como de un cuadro de Van Gogh. Te guardo en una ciudad llamada La Habana, o en una isla llamada Cuba, en un océano de distancia, en una librería de un lugar llamado Viñales, en un pueblo perdido. En tantos sitios a la vez que no puedas imaginarlo, en un fondo de mar, en un rincón de un sitio, en un lugar pequeño, en una estantería, o en un lata de té.
Texto: Virginia Fernández “Respuesta a un poema llamado te guardo, mezclado con algo de un cubano que conocí”