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en el que poco a poco la noche
va dejando paso a la luz
mientras el tiempo
avanza,
clandestino
y sin nombre,
imperfecto como nuestro destino,
así como las agujas del reloj siguen su curso,
como si fueran soldaditos de plomo,
perfectamente amaestrados
acercándose poco a poco
al precipicio.
Oh noche,
déjame acariciar tu espalda,
yo creo que así
renacerían por siempre los días,
sin pensamientos que amordazan,
sin trabas en el camino
y así ya siempre creería en ellas.
Oh certezas,
dejadme sola
para morir de amor.
(c) Virginia Fernández “Noche”