sábado, marzo 31, 2007

Cuento que debe ser leído antes de ir a dormir


Te dejo un sueño en blanco sobre noche, lo dibujo en una noche de verano en la que no hay viento. El sueño irá en una nube que estará parada sobre una copa de cristal, el sueño sueña sueños raros, y a veces contigo si quieres, cuando quieras, como la letra de letras. El sueño será un cuadro con aristas circulares sobre fondo de montañas, y al que alguien se podrá asomar sin ser visto. Ese alguien podrá parecerse a ti. Entonces yo te dejaré unos ojos que miran para tu sueño, para que mires al sueño como si usaras una lupa, así podrás ver los detalles que no se ven a simple vista. También, para que tú mires a esos ojos que miran, les guiñes un ojo, y luego me cuentes. Los ojos que miran te los presto, miran a tu alrededor y ríen al día, entonces se convierten en sueños risueños rizados mezclados con noche. En el sueño también dejo una receta de miel y limón que cura, y es para que la uses tres veces por semana, o más veces, por ejemplo siete veces por día dos veces por semana, y la mejor camiseta para los mocos.
El sueño es como un cuenta-cuentos hecho a medida, pero no lo sabes aún, ya te darás cuenta.
El sueño habla cuentos despacio, yo los leo. Cuentos que son leídos para dormir a la hora de la siesta, o para escucharlos en un anochecer con luna arábiga sobre fondo azul.
El sueño a veces encandila, como algunos que yo conozco, como andar por una calle con casas que son blancas, casas que no tienen escaleras, que sea verano, y haga sol. El sueño a veces se llamará andarín. Y otras sin embargo se hará llamar a sí mismo noche estrellada sobre acantilado.


Texto: Virginia Fernández “Cuento que debe ser leído antes de ir a dormir”

jueves, marzo 22, 2007

Los tipos que encuentro por la calle


Los tipos que me encuentro por la calle no aparentan, ni se convertirán en príncipes, son tipos que viven la vida nada más. Son tipos legales, no engañan, ni mienten, no disimulan, como la otra clase de tipos, esos que viven viviendo vidas que no son suyas, ni de nadie, sino vidas que parecen, pero no son, practican ese vivir desde que se levantan, ese sin vivir, constantemente, a todas horas. Pero los tipos de los que yo hablo son otra cosa, no manipulan, ni odian a sus vecinos. En sus vidas no existe la palabra hipocresía, ni la palabra dinero, pero sí la palabra verdad, o la palabra sinceridad, también la palabra sencillez, y la palabra riqueza. Los tipos en el fondo son ricos, y tienen rostro, pero no se les ve, pasa de largo como una vida anónima, sin ser notada. Los tipos no agarran maquillaje por las mañanas cuando se levantan, ni se pintan sonrisa en la cara si no la tienen, y a veces tienen mocos. De igual modo aguantan el chaparrón que la vida les depara, y no llevan paraguas cuando llueve. Estos tipos tienen ojos grandes de tanto mirar y mirar, a veces son morenos, usan guantes con los dedos descubiertos, tienen dedos que asoman al frío sin pereza. Los tipos tienen la imaginación más desarrollada que el resto, trabajan con ella, porque tienen que arreglárselas ellos solos. Con la imaginación se levantan, con ella se acuestan, y te pintan tejados en las latas con color de té cuando menos lo esperas.
Los tipos a los que muchos llaman pobres, son ricos. Estos tipos son buena gente, resulta que nadie los ve al cruzarse con ellos, sin embargo existen. Pero también resulta, y esto es lo gracioso del caso que estos tipos son felices, y no necesitan nada más.

Texto: “Los tipos que encuentro por la calle” Virginia Fernández.
Foto: “Retales del Cabo I” Manuel Gallardo.

jueves, marzo 15, 2007

El gato malabar

El gato malabar espera, está sentado, cruza las piernas, mira, observa equidistancias. Lee esas distancias iguales entre dos o más puntos, para luego apuntarlas en su cuaderno, para llevárselas a su colección de equidistancias, le gustan. Observa movimientos dispersos, espera, analiza, piensa. No sé lo que mira, lo que espera, quizás no espere nada, o quizás sí, quizás a la muerte, o a la vida, que pase en un tranvía en el que alguien lea poemas que han sido escritos para ser leídos en un tranvía, que la vida vaya allí mirando al que lee poemas, y que con cara divertida lo salude con su mano.
Entonces el gato se canse de esperar, de estar sentado, porque es malabar, dé un salto y empiece a jugar con unas canicas, con la vida, la lance arriba y abajo, y vuelta a empezar. El gato hará magia, malabarismo, de repente tendrá fuego en las manos, de repente no, el gato será blanco, y también negro. Si él quiere se estampará en una ventana como si fuera un graffiti, y callado mirará a todos los que pasen por allí, como un mimo de ciudad. Mientras, en su cabeza escribirá la distancia que hay de Londres a Berlín, de Milán a Budapest. Cerrará los ojos e imaginará paisajes, rectos paisajes amarillos que tengan vistas al mar.
El gato aprende a hacer equilibrio, y también acrobacia. En sus sueños quiere parecerse a un hombre. Tomar café en un café parisino al anochecer, que sea verano. Cierra los ojos y duerme, piensa en las formas que pueden tener los días que son noches.
Quién fuera gato para perderse una noche en la oscuridad, aparecer al otro lado de la vida, al otro lado de un lugar, y ser un malabar.

Texto: Virginia Fernández “El gato malabar”
Foto: Manuel Gallardo “Retales del Cabo”

jueves, marzo 08, 2007

Ese lugar


En ese lugar hace luna que se refleja en un lago, a ella le gustan esas sensaciones azules que hay allí, le dan ganas de llorar. Ella dice te pinto un puente desde este lado de los ninguneados hasta ti, eso se lo dijo una mina amiga, y también Galeano, a ella le gustó y lo reinventó. En ese lugar no existe la palabra guerra, ni la palabra religión, en ese lugar quiero vivir. En ese lugar tus manos me hablan, me gustan, me cuentan ocurrencias variadas mezcladas con ayer y con mañana. Cuando abres la puerta tus pasos traen olor a lluvia. Hace luna en ese lugar, es azul como tu pelo, también hay mar, hay paisajes planos que te quieres llevar para ponerlos en una tela.
A veces eres la síntesis de lo contradictorio, otras no. A veces estamos solos y todo se oscurece, todo torna gris, los nervios se templan, la contradicción se convierte en axioma, a veces en mito. El cuadro de la manta quiere parecerse a ti, las paredes te hablan, te dan consejos, entonces yo traigo un atardecer de verano de ese lugar, y una caja cuadrada que si yo quiero hace música y todo termina ahí.
En ese lugar hay una niña jugando en un tejado, juega con una muñeca que se llama Li Po, soñando pasa el día, imaginando. En el tejado no hay barandilla, pero ella no se cae, juega a ser mayor y crece por el camino. También hay dedos de pies que se mueven cuando llevan calcetines que andan pasos. Sólo conozco a una persona que mueva los dedos de los pies al caminar, ese eres tú, el transeúnte viajero de pelo azul. Ese lugar se llama Gata. Cuando el transeúnte viajero de pelo azul llega a Gata hace luna.


Texto: “Ese lugar”. Virginia Fernández
Foto: “Jugando en el tejado”. Rachid Marouane

viernes, marzo 02, 2007

El desamor de un tipo

Entre toda esta gente, te miro sólo a ti. El tipo estaba serio y la miraba efectivamente, fruncía el ceño y seguía mirando fijamente. El tipo tenía canas en el pelo, y barba crecida de varios días, tenía canas en la barba, pero ella no las vio al principio. Dijo, esto es por culpa del desamor. Fíjense que ella no lo creyó, el tipo siguió hablando, y ella ya no lo escuchaba, se quiso ir corriendo, escapar de allí. Él seguía mirándola y le leyó el pensamiento porque dijo, quédese un rato más, y después dijo me fugo con usted si se deja, la rapto a usted si me lo permite esta noche, y me abrazo a su abrazo si es de su agrado, porque soy educado, así siempre, ella dijo no. A él le salió barba de tres días de golpe y canas. Entonces dijo sí, el tipo agarró sonrisa.

Texto: Virginia Fernández “el desamor de un tipo”
Foto: Jesús Fernández “Canillita”